Las próximas semanas combinarán dos de los acontecimientos del año. De un lado, llega el ansiado Gordo. Auténtica alarma histriónica que anuncia la Navidad. De otra parte, España celebra las elecciones más reñidas e ilusionantes de la historia. En el bombo y en las urnas se entremezclarán deseos, sueños e ilusión. De la mano inocente de niños encorbatados de San Ildefonso dependerá el destino de algunos afortunados. Del electorado depende el devenir de un país, que reclama una nueva forma de hacer política. El bombo caprichoso del Gordo destilará millones de la suerte, mientras que el metacrilato de las elecciones escupirá votos que reclaman soluciones urgentes. El fin del bipartidismo será una realidad dando entrada a las fuerzas emergentes, que han venido para quedarse. La incertidumbre y la agitación irrumpen en escena como consecuencia de las posibles alianzas a las que se verán obligados a trenzar los partidos tradicionales, a los que más del 50% del electorado les dio la espalda en los últimos comicios municipales. El pueblo, harto de corrupción y trapacerías, mostrarán su enojo en forma de voto alternativo. Un pacto a dos bandas sería, según las cambiantes encuestas, el resultado electoral en el que populares y ciudadanos gobernarían durante los próximos cuatro años. Plantear un tripartito sería un suicidio para un país que necesita estabilidad. El primer premio para una sociedad hastiada sería la oportunidad de trabajo para millones (mejor obviamos el dato que duele más) de parados que sufren en silencio. Algo que podría lograrse si el interés general se impone al interés particular. Un segundo premio debe centrarse en aunar todos los esfuerzos, colores partidistas a un lado, para castigar a las corruptelas ventajistas de los miserables. El hedor a corrupción ha llegado a límites insoportables, que asfixia los pilares democráticos. El tercer premio sería eliminar, de una vez por todas, las trabas burocráticas para promover la inversión. El enquistamiento de la economía se agrava si ahuyentamos a los inversores. Una racionalización de las leyes del territorio que introduzca mayor competencia en la oferta alojativa y mayor facilidad de implantación de proyectos son básicos. El cuarto premio sería una llamada a capítulo sobre la opulenta banca. El grifo de la liquidez sigue con restricciones, mientras muchas empresas y particulares languidecen. Máxima consideración con los desocupados y fin a los desahucios, por favor. El quinto premio pasa por recuperar la ilusión a través de una renovación generacional e institucional que palie el desencanto de un país que se merece el mayor de los respetos y sueña con un futuro mejor.

@Rubén Reja