Preso de dudas le pregunto a un asesor de Ciudadanos si son de derechas o de izquierdas. El asesor se me queda mirando y se encoge de hombros.

- A mí me pagan puntualmente.

Quizás no sea fácil decidir si Ciudadanos es estrictamente de centroizquierda o de centroderecha, pero lo que está claro es que pretende ser, con mayor o menor lucidez, una palanca para que estas distinciones dejen de tener algún significado en un futuro más o menos inmediato (y preocupante). Hace unos años, cuando todavía el joven Albert Rivera -que ya lleva una década cabalgando cargos públicos- estaba confinado en Cataluña, se preocupaba por decir, cuando querían oírlo, que la matriz ideológica de Ciudadanos era de izquierdas. Por entonces el ex empleado de La Caixa compartía esa extraña ficción según la cual la mayoría de los ciudadanos de este país -empezando por los catalanes- eran gente de izquierdas. Qué cosas. Corría el año 2006 o 2007. Fueron años importantes para Ciudadanos. Creo recordar que en septiembre de 2006 Rivera fue elegido por primera vez presidente (mandamás) de Ciudadanos. El partido sufrió un proceso de oligarquización fulminante. Las tres cuartas partes de los miembros del Consejo Nacional se marcharon en el plazo de un par de años. Desde entonces manda (y no solo gobierna) el señor Rivera, cuyo hiperliderazgo (compatible con ese aire de galán aniñado con una cara tan larga como un Ferrari o viceversa) no tiene oposición. Somos incapaces de recordarlo, pero ya en 2008 Ciudadanos se presentó a las elecciones generales. Obtuvieron unos 46.000 votos en toda España, es decir, alrededor del 0,18% de los sufragios emitidos. Después de semejante desastre en 2011 se abstuvieron de protagonizar nuevas catástrofes: sus sondeos les indicaban unos resultados muy simulares. Rivera se centró en Cataluña para construir una opción constitucionalista, antinacionalista y de derecha modernuqui que miraba con asco las caspas del PP y con envidia los restos de la fuerza del PSC en las principales ciudades catalanas.

¿Cómo se pasa en cuatro años de un 0,18% de votos a superar el 21% en las encuestas para los comicios del próximo domingo? Ni siquiera la incorporación de Luis Garicano -un admirado y admirable economista español- puede explicar semejante milagro. La virtud de Ciudadanos es fundamentalmente recipiendaria: su crecimiento está ligado al descrédito de los grandes partidos del sistema político y a la infantilización creciente de un electorado que, contra lo que opinan muchos, es considerablemente más crédulo que el de los años setenta. El relato publicitario se ha readaptado velozmente: ahora Ciudadanos es una fuerza regeneracionista, un reformismo tan tranquilo y gradual que marearía a un gasterópodo, una derecha moderada que hace gimnasia y prefiere practicar el running a correr sin más, no fuma ni bebe Soberano y parece libre de pecados nacionalcatólicos y de corrupciones vampíricas. Pero solo tiene votantes y candidatos. No tiene militantes. No tiene sindicalistas. No tiene grupos de interés y colectivos políticos, cívicos e ideológicos que ayuden a vertebrar socialmente su acción política. Como ocurre con Podemos, los dirigentes y cargos de Ciudadanos van a cambiar mucho (más) antes de que puedan cambiar nada.