Me encanta Gran Canaria, visité la Isla por primera vez hace más de 30 años y, desde entonces, no he dejado de visitarla. He cruzado el Atlántico a vela tres veces desde aquí y, antes de eso, mi tío era un empresario inglés que traía turistas desde el Reino Unido a las islas. Estoy encantado de vivir abordo de mi pequeño velero en el Muelle Deportivo de Las Palmas de Gran Canaria, que es de los mejores puertos que he tenido el placer de visitar en todo el mundo. Todas las mañanas voy a nadar a la playa de las Alcaravaneras. Llueva o haga sol, el agua siempre está 20 grados más cálida que mi baño mañanero en el río de mi Inglaterra natal. Desgraciadamente, en las Alcaravaneras casi nunca he encontrado nada de interés junto a la orilla, ni algas, ni conchas. Nada de lo que te puedas encontrar en otras playas para el interés de los más pequeños. Todo, gracias al trabajo exhaustivo de los tractores que barren y limpian la playa cada noche. Los únicos seres vivos en la playa son las 12 palmeras junto al Muelle Deportivo. Las llamo cariñosamente los doce apóstoles de las Alcaravaneras. Como parte de mi adaptación a la cultura española, he echado largas siestas bajo la protección de las doce palmeras. Sé que no llevan mucho en la playa, que las trajeron hace unos años. Pero, tristemente, parecen estar completamente abandonadas, con las hojas muertas colgando, y no están siendo regadas lo suficiente. Si estas palmeras no son podadas no podrán crecer por la falta de atención. Sé que se aproximan elecciones generales, y que hace poco se celebraron las autonómicas, y se prometen muchas cosas durante las campañas. No podría el Ayuntamiento mostrar más respeto por los doce apóstoles, cuidarlos, como un oasis de vida en una playa inhóspita.