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Crónicas galantes

Hernández y Fernández, contra el terrorismo

Un peligroso terrorista consiguió huir en Bruselas gracias a que la policía estaba fuera de horas de oficina, como en los cuentos de Tintín.

Salah Abdeslam, que así se llama el venturoso fugitivo, fue localizado por la policía belga dos días después de que participase como matarife en los atentados de París. Por fortuna para él, las fuerzas del orden detectaron su presencia cuando ya había caído la noche: y esas no son horas en Bélgica.

Estrictamente respetuosos con la ley que allí prohíbe hacer registros domiciliarios entre las nueve de la noche y las cinco de la madrugada, los policías esperaron a la mañana siguiente para detener a Abdeslam. El delincuente no tuvo la gentileza de aguardar a sus captores, de modo que cuando estos fueron a buscarlo al día siguiente, el pájaro ya había volado. Aún anda suelto por ahí, con el Kaláshnikov y el cinturón explosivo a cuestas.

Tan extraordinaria noticia ha suscitado indignación en la Europa que tiene precisamente como capital a Bruselas; pero hay que entender las circunstancias del lugar en el que se produjo y la notable aportación de los belgas al cómic.

Los dos policías más famosos que ha dado Bélgica al mundo -si exceptuamos al detective Hércules Poirot- son los legendarios Dupond y Dupont, conocidos como Hernández y Fernández en la versión española de Tintín. Eran dos sabuesos gemelos que usaban métodos de investigación muy similares, por lo que parece, a los de la actual policía belga. Se camuflaban con disfraces de Mortadelo, ejercían una notable destreza en el arte de meter la pata y, en su torpeza, llegaban a detener incluso a su amigo Tintín, que era el héroe de la historieta.

No extrañará, por tanto, que sucesos tan fantásticos como la fuga del terrorista Abdeslam ocurran precisamente en Bélgica: un país de fábula en el que no parecen creer ni los propios belgas. Cualquiera diría que se trata de un lugar dudosamente existente en el que una parte de la población habla neerlandés y parece desgajada de Holanda, mientras la otra mitad se expresa en francés y bien podría ser -por aspecto y costumbres- un departamento galo más.

Algunos historiadores sugieren incluso que es un reino inventado por necesidades estratégicas de las grandes potencias, circunstancia que acaso explique la imposible mezcla de flamencos y valones sobre la que se sustenta ese Estado.

Quizá eso explique el hecho de que algunos de sus más ilustres hijos, como el cantante Jacques Brel, el escritor Georges Simenon o el dibujante Hergé (creador de Tintín) sean tenidos a menudo por franceses. O que Bruselas haya sido elegida también capital de una Unión Europea que no deja de ser -al igual que Bélgica- un ente político más bien gaseoso, por más que se trate de una de las más poderosas organizaciones económicas del mundo.

Comparable en ineficiencia policial a la propia UE, Bélgica parece el escenario idóneo para que un terrorista se fugue al amparo de las leyes que establecen un horario de detención de los delincuentes. O para que sus autoridades paralicen Bruselas durante toda una semana -como ocurrió el mes pasado- bajo la sospecha de que se iba a producir un atentado "inminente". Como en un chiste de Gila, alguien quería matar a alguien, pero no se sabía muy bien dónde.

Todo puede suceder en el país de Hernández y Fernández. O Dupond y Dupont.

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