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Crónicas galantes

La conspiración del tortazo

Una de las teorías más pasmosas sobre el puñetazo al presidente del Gobierno es la que lo atribuye a una conjura del propio partido de Rajoy. Necesitados de un plus de votos, los propagandistas del PP habrían buscado un golpe de efecto -aunque el golpe fuese en la cara- para inclinar a los indecisos a su favor. La conjetura circula por los foros de internet con las facilidades habituales que la Red presta a las bobadas y al pensamiento mágico en general.

El complot está tan bien trabado de razones y sinrazones como los cientos que por ahí se difunden sobre el asesinato de Kennedy. Parece plausible, por ejemplo, que la secuencia del guantazo frente a la iglesia pontevedresa de la Peregrina le haya valido a Rajoy la simpatía o al menos la empatía de los que aún dudan en votarle, que son muchos según las encuestas.

No quiere eso decir que necesariamente vayan a cambiar de idea, pero tampoco es menos verdad que una imagen -y no digamos ya un video- vale por mil discursos. La alevosa trompada del mocetón al jefe del Gobierno fue reproducida una y otra vez por los canales de televisión en sus noticieros, sus programas de debate y hasta en los espacios de cotilleo. En buena lógica, ese lance boxístico y la serena reacción del agredido debieran suscitar una corriente de solidaridad hacia Rajoy.

La gente de orden, que es casi toda en España, tendería además a identificarse con la víctima del asalto, siquiera fuese por interés personal. A fin de cuentas, si uno da validez a los tortazos como argumento ideológico, se expone a que también pueda tocarle alguno cuando se cruce por la calle con ese vecino al que no le cae bien. El vídeo de Pontevedra podría haber estimulado, en definitiva, el instinto conservador de los ciudadanos con los subsiguientes efectos en el voto del próximo domingo.

De ahí que corra por las sentinas de internet una nueva teoría de la conspiración que identifica al partido del Gobierno y a su propio presidente agredido como los inductores del ataque, por mero cálculo electoral.

La idea es extravagante, pero en modo alguno original. Algo parecido se dijo a propósito del atentado contra las torres gemelas de Nueva York allá por el año 2001. Corre todavía por ciertas páginas de la Red una interpretación según la cual los autores de aquella matanza no fueron los islamistas ya identificados como tales, sino los judíos que, previamente avisados, abandonaron el edificio antes de que se estrellasen los aviones. Los judíos, ya se sabe, son culpables de todo lo malo que sucede en el mundo, empezando por la muerte de Jesucristo (que, incomprensiblemente, era hebreo también).

Este tipo de conjura tiene incluso nombre propio. Se conoce como "bandera falsa" a cualquier operación consistente en organizar acciones violentas para atribuírselas después al adversario. En el caso de Rajoy, por ejemplo, los hilos de la trama que desembocó en el puñetazo habrían sido manejados por su propio partido, de acuerdo con la fantástica teoría que circula por algunos foros de internet.

Lamentablemente, la realidad es mucho menos creativa que la conspiración. Las apariencias sugieren que el agresor es, simplemente, un sujeto tan escaso de sintaxis y ortografía como sobrado de las consignas que se retuitean en la pajarera de las redes sociales. Si algo conspira aquí contra el pueblo es la ineficiencia del sistema educativo.

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