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Javier Durán

Nos queda De la Serna

Queda algo en el tintero después de una campaña en la que hasta le han propinado una trompada al candidato del PP y presidente del Gobierno? Estamos tan agotados que ayer el divertimento era escarbar en el árbol genealógico del agresor, dado que empezó a correr la especie de que se trataba del hijo de un primo de Viri, esposa de Rajoy. El mismo PP, con algún genealogista ad hoc, aclaró que era un pariente lejano, de muy segunda o tercera línea, vamos, de los que sólo aparecen para pedir dinero o para abrir la crónica de sucesos del periódico. Resuelto el entuerto, poco, decía, queda por escudriñar en este camino de espinas hacia el 20-D. La intensidad ha sido tan de alta gama, tan caudalosa de comparecencias, entretenimientos, debates y entrevistas, que los candidatos llegan al punto culminante con poco que contar, pese a que se arrastra un enigmático 41 por ciento de indecisos que están entre irse con los emergentes o con el bipartidismo. Por no pasar nada, no pasa ni que el tal De la Serna, candidato del PP por Segovia, presunto comisionista con Arístegui, se despegue de su rol. No hay ni dios que levante el pegamento, ni Soraya ni Cifuentes. Los argumentarios caen en barrena, resultan repetitivos y faltos de imaginación. Pero a falta de pan buena es la corrupción: De la Serna, que estuvo de diputado en la legislatura que está a punto de arder, nos introduce de nuevo a través de sus conversaciones telefónicas en unos deliciosos diálogos, con tintes de novela negra, donde el protagonista anda haciendo cosas feas. Se explica por el auricular en clave. Revisados los programas y sus longanizas constituye una alegría imprevista la aparición de De la Serna, pues no sé qué hubiese sido de nosotros sin echarnos nada a la boca hasta el mismo domingo por la noche. Este hombre en rebelión, que no quiere soltar la candidatura, viene a ser un filón: cuentan que los aspirantes a sus gestiones se acercaban hasta la Carrera de San Jerónimo, hasta la esquina del Congreso, para esperar su mediación en asuntos turbios e innombrables. Es alucinante que tengamos ya poco que decirnos, pero también es increíble que a estas alturas suelte humo la brasa de la corrupción. Parece infinita.

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