Vamos a ganar, aunque todavía no sé quiénes", pronosticó en cierta ocasión Pío Cabanillas (El Viejo) a preguntas de los plumíferos que le pedían un vaticinio sobre las elecciones. Muchos años después, la predicción sigue siendo válida para la consulta en la que mañana se decidirá -o no- el nuevo gobierno de España.

Ganar, lo que se dice ganar, no lo va a hacer nadie en primera instancia; pero todos podrán reclamarse vencedores a la vez. El partido conservador, porque salvo yerro u omisión de las encuestas, será el más votado; los emergentes de Rivera e Iglesias porque pasarán de cero a varias decenas de diputados; y el socialdemócrata, porque, si la suerte lo acompaña, podrá mantener su segundo puesto.

Lo que no se sabe es quiénes van a formar gobierno con derecho a publicar decretos en el BOE y otorgar adjudicaciones de obras, que es de lo que se trata. Este es un otoño-invierno un tanto anómalo en el que se registran incendios forestales y temperaturas de más de veinte grados en vísperas de la Navidad. No es raro que ese clima inusual se traslade también al terreno de la política, en el que las previsiones apuntan a un novedoso y poco gobernable Parlamento de cuatro partidos.

Es lo que ocurre cuando se da un exceso de oferta en el mercado. Antes, en los sencillos tiempos del bipartidismo y la alternancia, al votante no se le exigía otra cosa que escoger entre el PP o el PSOE, en exacta correspondencia con lo que ocurre en la Liga del Madrid y del Barça.

Ahora, en cambio, las estanterías del supermercado del voto están llenas. Hay partidos de derecha, de centro, de centro izquierda, de centro derecha, de izquierda extremada y de lo que haga falta. La verdadera novedad, no obstante, reside en que el público ha cambiado sus hábitos de compra y en esta ocasión está dispuesto a picotear en varios de los productos en oferta, sin reducirse como solía a las dos principales marcas.

Como consecuencia de esa dispersión de la demanda, la verdadera elección del Gobierno comenzará a partir del lunes en los despachos de los partidos. Y es bastante probable que el regateo de los feriantes se alargue varias semanas, si no meses.

Quiero ello decir que el país estará sin gobierno -o con un gobierno provisional, que viene a ser casi lo mismo- durante un período mucho más dilatado del que hasta ahora se acostumbraba por aquí. Se trata de una excelente noticia, aunque no lo parezca.

La experiencia de un país con mando en funciones y al ralentí, por así decirlo, puede resultar muy entretenida e incluso provechosa. Lo fue, al menos, en el caso de Portugal, cuando el Gobierno de Pinheiro de Azevedo decidió ponerse en huelga de decretos caídos durante un mes. Casualidad o no, lo cierto es que aquel período coincidió con una bajada de precios, un aumento del empleo y la recuperación de la balanza de pagos lusitana. Y algo parecido ocurrió en Bélgica hace tres o cuatro años, cuando el país estuvo sin gobierno durante más de doce meses y nadie se enteró.

Es natural. La ventaja de un gobierno bajo mínimos como el que tal vez vaya a tener España durante un tiempo consiste en que no hay peligro de que apruebe decretos de recortes o cualquier otra medida imaginativa para complicarle la vida al personal. Los mandamases nos darán cuartelillo mientras trapichean entre ellos el mando y así se cumplirá la profecía de Cabanillas. Gane quien gane, vamos a ganar todos.