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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Epifanía electoral

Hay que fijarse bien en la foto de Quique Curbelo en páginas electorales. ¡Horror! Por encima de sus respectivos flequillos (peinado en la fémina) aparece Las Meigas, honroso nombre de un local de nuestro Eiffel, ejemplo único de construcción de hierro en la Isla, o sea el Mercado del Puerto. Pero no se les ve, en ningún caso, empuje para hacer el mal, más bien están relajados, dichosos y dispuestos a comerse el mundo: los políticos no deben vivir en la condena, una mala hierba no tiene que hundir en la miseria a un gremio entero. Yo apuesto aquí por el sector: los políticos, señores, acabarán ofreciéndonos en bandejas de nácar su cara de responsabilidad, su entereza ante la adversidad social, su deseo de ayudar al progreso de la sociedad, su fórmula ideal para la estabilidad económica de la familia, su rechazo al enriquecimiento personal, su necesidad de gritar a favor de la ética a los cuatro vientos... Quiero creer que va a ser así, que hoy iré directo a las urnas con el convencimiento de que todos, sin excepción, han luchado para ser candidatos de un gran país. ¡No, en ningún caso, existe maldición ni deseo de hacer el mal! Para nada. Así será el día después del 20-D.

Hoy, camino de la urna, cualquier vecino, uno de los pocos que me lee, me interrogará por esta especie de epifanía, panfleto sideral en beneficio de la clase política, de su mortificación y búsqueda de eslabones para encontrar la solución al problema patrio que nos invade. Ni yo mismo lo sé bien. Después de varios paseos con Coco, cuyos ladridos son lo menos indicado para una reflexión, he llegado a la conclusión de que la culpa está en el lugar exacto de la foto de los candidatos. Están en el Istmo, una geografía municipal que mirada desde el aire, antes de las construcciones, ponía de manifiesto su estrechamiento, su unión con La Isleta. Y era por allí, más o menos, donde el mar de un lado y de otro, del Puerto y de Las Canteras, saltaba e irrumpía por un erial con olor a marisco donde no habían aceras, hoteles, semáforos, panadería, comisaría, pescadería ... Al parecer, cerca de donde ellos están, existía una escalera que servía para que los chiquillos, obnubilados por el fenómeno de la subida de la marea, alcanzasen el otro mar y tocasen el fondo del Atlántico.

Mi padre, que era de la zona, me lo contó un día, y lo hizo con una sonrisa, por lo que interpreté que había sido uno de los momentos felices de su vida, de los años en que no se necesitaban grandes cosas para construir un presente, pese al peso de la posguerra. El mar resultaba purificador, salvador, un juego lleno de virtudes, la pacificación interior, la niñez a bordo de la esperanza, el sueño para sentir que siempre existiría un futuro mejor... Y todo ello era allí, en el Istmo, en ese lugar intermedio, bañado por dos sitios, casi el punto neurálgico de la neutralidad. ¿De dónde eres? Soy del Istmo.

Este pensamiento tan personal, repito, es lo que me ha llevado a creer que hoy es un gran día. A veces hay conexiones inexplicables, y en este caso ha sido esta foto aparentemente banal la que ha plasmado la riqueza de la democracia, de los derechos, de la Justicia... Nada de ello existía cuando el mar saltaba la arena y se plantaba en la otra punta.

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