Está picando los 40 años y la vida resuelta desde los 30. Fue una niña obediente, buena estudiante. Sus padres, canario y austriaca, la educaron con disciplina, pendientes de sus estudios, sus amistades, su lectura y el deporte. Creció en Playa del Hombre cuando aquello era un descampado y las carreteras eran el mejor lugar del mundo para jugar, pelear, crecer. A quien llamaremos Ruth tuvo una de las primeras bicicletas de la pandilla "celeste y de niña", recuerda, y algún que otro empujón le dieron cuando ella, morena, de pelo rizado y ojos azules, ejercía insolente de propietaria. No permitía que la tocara nadie. A la bici. La pandilla no era grande, siete u ocho, pero siendo con los únicos que podía jugar estaban condenados a entenderse. Supervivencia.

Un día la madre vio cómo uno de ellos tiraba a su niña de la bici y pateaba las dos ruedas de juguete. El llanto infantil alertó a la mujer, que salió en su defensa. Desde ese momento se dedicó a extender donde podía el peligro público que era aquel chiquillo. Un día sentó a la pequeña en la cocina y le explicó el futuro terrorista que tenía aquella criatura. "Aléjate de él", le ordenó. Pero la vida se encargó de poner las cosas en su sitio. Crecieron y se alejaron; unos estudiaron en La Laguna y otros en Madrid. Entre estos últimos estaban ellos. Los dos. Ruth y el peligro público. Reencontrados. Allí nadie frenó una amistad hermosa así que años después, ya cada cual con sus vidas de pareja, ella quiso sellar aquella unión infantil con un gesto de amor. Su amigo no ha tenido hijos pero hace ocho meses se estrenó en la ternura. Es padrino de un bebé que nació a trancas y barrancas, ese que tiene una abuela austriaca.

Pero ella ya no se da cuenta.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com