Se daba por acabada la transición en octubre de 1982 cuando arrasó Felipe González con "el cambio" y los socialistas triunfaron con diez millones de votos. Y nos encontramos ante tiempos nuevos en la política nacional. Hemos escuchado al líder de Podemos, Pablo Iglesias, que hay que cambiar de sistema; y al de Ciudadanos, Albert Rivera, que empieza una nueva era.

El pueblo soberano, que tiene la última palabra, ha pedido que el poder sea ejercido para su bienestar y no para el beneficio de unos pocos. En efecto, un nuevo cambio ya está aquí, el crepúsculo del bipartidismo se encuentra en el horizonte. Queda claro que una clase política está obligada a retirarse, mientras que otra se irá haciendo cargo de las instituciones. Y no se sustancia en una cuestión generacional. Son las formas de quienes representan lo peor del pasado reciente. Es importante ver las cosas como son, pero en este momento político algo que puede parecer sencillo y evidente no lo resulta tanto. Emerge una nueva izquierda, ha regresado el centro, los socialistas y los populares sufren grandes retrocesos, los nacionalistas canarios siguen con su imparable desgaste. El socialismo ha envejecido y "la mayoría natural" de la derecha ha vuelto a diluirse en la Carrera de San Jerónimo.

Podemos ha fracturado en las urnas la hegemonía del Partido Socialista en la izquierda en las Islas. No está nada claro que José Manuel Soria, debilitado por las urnas, vaya a continuar explicando en la mesa del consejo de ministros los asuntos del Archipiélago. En cambio, Coalición Canaria, que pervive con Ana Oramas en el Congreso, puede entrar en una luz al final de este complejo túnel parlamentario. Un voto canario que puede serlo todo para alcanzar la cifra capital de la mayoría suficiente: 176.

Ese número hace que el Congreso recupere su genuina identidad. Hay que hablar, negociar y pactar. Nada que no se haya hecho en otros tiempos. Sin olvidar que se acaba de cerrar la legislatura más prolongada de la democracia y se abre la que puede ser la más corta. De producirse sorpresas en los pactos de Gobierno, no sería la primera vez que un grupo político sin patrimonio y sin historia se hace cargo de la democracia española, esta joven monarquía parlamentaria lo ha conocido con anterioridad. Y todo ello, con anuncios de los emergentes vencedores, en el calor de la noche electoral, de cambiar el sistema electoral, pero sin perder de vista que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.