La Provincia - Diario de Las Palmas

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Palabras en el Malpaís

Marcial y el aire

Quien no lo vio peinar el Aire no entenderá. Co-mo un pañuelo jugando con el viento, como una nube volandera que rompe el azul, como un sonido susurrante suspendido en una eternidad; así bailaba Marcial de León. Un asunto primitivo, un aliento lisonjero, una forma de "mandar" que era una conquista, un cortejo de ave del paraíso, un ruido de color.

En Marcial todo era natural, hasta verlo caminando por las calles de su lanzaroteño San Bartolomé. Parecía una brújula andante, una compostura de hombre acicalado para ir a un entierro, una figura de rigor aristocrático y gesto amable. Ayudaba esa barba lustrosa y blanca que se había dejado cuando cayeron años a su vida.

Nuestro bailador tenía manos de abuelo, curtidas en surcos de lava; era como ese oscuro manto de tierra, fértil cuando el cielo bendecía con lluvia. Esas mismas manos -fuertes en la adversidad, rudas en la tarea- se volvían solícitas y delicadas en cuanto sonaban las cuerdas; el destino final de unos fibrosos brazos en labores de campesino pobre, brazos que conquistaban siempre a su pareja de baile haciéndola pecar, aún con el recato de un baile tradicional.

Cualquier cosa de la raíz que bailara la transformaba, la elevaba a una categoría artística que no hemos visto nunca en nadie. Marcial era, de tan hondo su lenguaje corporal, rabiosamente contemporáneo. Saltaba y hacía saltar en malagueñas con pies que volvían a tierra sin amaneramientos ni aburridas poses, y quedaba un vacío que llenaba en un instante con otro comedido gesto, elegante y transmutado en esencia. Una naturaleza coreográfica que parecía ligada a un lenguaje común, a un secreto escondido que nos trasladaba a otros lugares de la Tierra.

Porque aquello, aparentemente tan sencillo, no se producía por una exploración intelectual de su talento; aquello, el baile de Marcial, venía efectivamente de muy lejos: poseía el soplo primitivo de los misterios de la cueva, cuando el hombre comenzó a entender su cuerpo en movimiento como una ceremonia espiritual, transcendente, unida al pulso del alma.

Quien sería considerado un contenedor de las esencias del baile lanzaroteño en realidad fue, por sus condiciones físicas, por su gestualidad balletística y por su instinto artístico, un extraordinario innovador; posiblemente el mejor bailador que haya dado Canarias a través de su tradición.

No ocupará un destacado lugar en el registro oficial de la galería de próceres, pero los que tuvimos la suerte de conocerlo y verlo danzar damos fe, en los días de su fallecimiento, de su singularísima, callada y crucial aportación a nuestra cultura en los saberes que cultivó.

En San Bartolomé de Lanzarote, su pueblo, partió al viaje donde habita la Memoria Marcial de León Corujo. Quien no lo vio peinar el Aire no entenderá.

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