La Provincia - Diario de Las Palmas

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El nuevo mundo deberá esperar

Un buen vendedor siempre cuenta la realidad a su manera. Elude los problemas, destaca las bondades de su producto y alaba el maravilloso gusto del cliente. Maneja diversas visiones del mundo a su antojo para camelarse al comprador, pero sabe que si le pillan en una mentira estará acabado.

Un político no deja de ser un vendedor, aunque de un mercado un tanto peculiar, en el que el cliente, el votante, no solo está acostumbrado a que le tomen el pelo una y otra vez sino que parece que le encanta que le engañen. Unas veces el político dice una cosa para hacer la contraria. Otras asegura que el votante le dio fuerza para mover el mundo, cuando solo le prestó un escaño. Al menos esto era así antes. Hasta la llegada de las nuevas formaciones emergentes, esas que se dicen de sí mismas distintas de las demás porque supuestamente no roban ni mienten y son transparentes para el votante. Eso dicen ellos de sí mismos. La realidad, veremos. Ya estamos viendo.

En la noche del pasado domingo hablaron los líderes de los cuatro grandes partidos. Tres edulcoraron la realidad, ofrecieron palabras más o menos bonitas que intentaban con mayor o menor fortuna tapar sus fracasos y resaltar sus logros. Ninguno de ellos lo consiguió. El cuarto mintió directamente a sus votantes. Les dijo lo que él creía que querían escuchar. Aunque supiese que los resultados que se acababan de conocer hacían imposible (política pero, sobre todo, matemáticamente y legalmente) recorrer el camino que aseguraba abierto tras las elecciones.

Uno dijo que había ganado y que intentaría gobernar, lo que no deja de ser una parte de la verdad. Evidentemente no explicó que había perdido más de tres millones de votos y la friolera de sesenta y tres escaños. La parte más realista de su discurso a los seguidores que le aclamaban en la calle fue cuando aseguró que "intentaría" gobernar. Por intentarlo que no quede. Había maquillado el resultado, pero a la vez reconocía que lo tenía muy difícil para continuar en La Moncloa. Lo intentaría.

Otro de los candidatos anunció un gran cambio hacia la izquierda que lideraría él. Pero ocultó que su partido había ob-tenido el peor resultado de la historia de la democracia y que se había librado por los pelos de ser superado por un partido que ni siquiera existía hace cuatro años. Decir como dijo que "hemos hecho historia" es bastante exagerado, pero la realidad es que el electorado se movió a la izquierda y que el principal partido de ese bloque es el suyo. Y no deja de tener opciones de llegar al Gobierno -ya sea como socio principal o secundario- si juega bien sus cartas.

Un tercer líder destacó su llegada desde cero para demostrar que "el centro político existe". Eludió comentar que su sueño de ser presidente del Gobierno tras ganar las elecciones deberá esperar e infló hasta el infinito sus expectativas para la próxima legislatura al decir que será "el eje de una nueva Transición". Engrandeció sus resultados, por mucho que su cara delatase una pequeña decepción, pero sus cuarenta diputados son una realidad.

El cuarto candidato a vivir en La Moncloa también partía de la nada y llegó aún más lejos que el centrista. Hasta los 69 diputados, nada menos. Pero también nada más. Por debajo del PSOE y sin ninguna posibilidad de abrir las puertas del cielo, al menos llamando a la puerta. Pero ni corto ni perezoso anunció una nueva era en España y aseguró que los españoles acababan de votar "un cambio de sistema" que respete "la plurinacionalidad" del Estado. Anunció una reforma de la Constitución que él sabía imposible de llevar a efecto. Para empezar porque el parlamento contará con muchas fuerzas reformistas, pero que quieren llevar la Constitución a puertos muy diferentes. Porque Podemos quiere mover la Constitución hacia el Este y Ciudadanos para el Oeste, en el sentido contrario. Además el otro partido que propugna un cambio en la Constitución apenas quiere unos arreglos de chapa y pintura. Pero, sobre todo, esa reforma constitucional para cambiar el sistema es imposible con el Parlamento elegido ayer es matemáticamente imposible porque así lo dicen las matemáticas. El PP cuenta con 123 diputados y la mayoría absoluta en el Senado. Posiblemente no sean suficientes para formar un Gobierno viable. Pero sí para impedir que la Constitución incluya el derecho a la independencia de Cataluña o de Carbayín Bajo. Y quien anunciaba el nuevo mundo sabía que deberá quedarse en este. Al menos hasta otras elecciones.

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