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Papel vegetal

Cuando lo viejo se resiste a morir

Ahora, el presidente del Gobierno pide a todos responsabilidad. Después de haberse pasado toda una legislatura ninguneando cuando no maltratando a la oposición y obedeciendo únicamente a lo que dictaban Bruselas y los mercados, ahora ofrece diálogo. ¡A buenas horas, mangas verdes!

Después de haber hecho de su capa un sayo, gobernando continuamente por decreto y como si éste fuera un régimen presidencialista y no parlamentario, después de haber jugado a las ocultaciones y faltado más de una vez en el Parlamento a la verdad, ahora pretende seguir cuatro años más al frente del país.

Ocurre, es verdad, que lo viejo se resiste a morir, y por viejo me refiero por supuesto al bipartidismo, que no ha recibido, pese a todo, el castigo que merecía, lo que indica que hay más de una generación marcada todavía en cierto modo por el franquismo y sobre todo por el miedo a lo nuevo.

Pues no deja de ser preocupante que un partido en el que la corrupción no son sólo dos o tres manzanas podridas dentro de una gran cesta, sino en muchos casos un estilo de gobierno, siga siendo, pese a su espectacular caída, el más votado por los españoles.

Un partido piramidal, en el que nadie se atreve, al menos en público, a criticar las decisiones de un líder cuyas limitaciones se han hecho más que evidentes tan pronto como se ha dignado y atrevido a bajar al terreno en el que nos movemos el resto de los mortales.

Y ¿qué decir por otro lado de un partido socialista cuya modernización ha consistido en hacer un par de fichajes que muchos no entienden o elegir como secretario general a un político más fotogénico que su predecesor y cuya principal aportación a la misma ha sido su aparición en programas populares de la TV privada?

Un partido que no supo tampoco regenerarse a tiempo ni ha logrado liberarse del fantasma de la corrupción, al menos allí donde más tiempo lleva gobernando como es Andalucía y que ha demostrado también a veces ser más sensible a los poderes económicos que a las necesidades de una ciudadanía duramente castigada por la crisis.

Sin esos casos de corrupción, todavía no resueltos, y sin la impresión de que los socialistas no estaban en el fondo interesados en cambiar demasiado las cosas, sino que se contentaban con la cómoda alternancia en el poder, no habría surgido por su izquierda un partido como el del nuevo Pablo Iglesias. Sólo de ellos es la culpa.

Ahora habrá todo tipo de presiones, sin duda muy fuertes, de eso que los anglosajones llaman "the powers that be" y que aquí llamamos "los poderes fácticos" para que se constituya algo así como una gran coalición como la alemana en aras de la estabilidad que siempre reclaman los mercados.

Lo han dicho ya algunos analistas, y me sumo a su advertencia: sería por supuesto sólo un beneficio para el PP, que vería pese a todo recompensada su gestión al frente del Gobierno, al tiempo que un regalo envenenado para los socialistas, pues equivaldría a su suicidio político.

Y sería sobre todo un monumental desprecio a los millones de ciudadanos, sobre todo los de las nuevas generaciones, muchos de los cuales no han podido votar fuera de España y que reclaman con urgencia cambio.

Cambio en la forma de hacer política, basada no en la imposición como hasta ahora, sino en la transacción y el diálogo, a todo lo cual están más acostumbrados en principio los jóvenes que quienes se formaron bajo el "ordeno y mando" del anterior régimen o al menos heredaron sus modales.

Cambio que exige en primer lugar la puesta a punto de un nuevo sistema electoral porque, como hemos escuchado a las formaciones emergentes, el actual no es suficientemente representativo y ha beneficiado sobre todo a los partidarios de que las cosas siguieran como hasta ahora.

Definitivamente, se impone un curso acelerado de negociación y de pactos entre todos.

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