Las elecciones celebradas el 20 de diciembre ponen de relieve la fragmentación de la sociedad española. Feliz circunstancia por lo que de política de acuerdos y diálogos conlleva.
Ningún partido ha obtenido esa victoria electoral suficiente y no les queda más remedio que bajar el morro y aceptar el veredicto de las urnas. Las posibilidades de formación de un nuevo gobierno pasan por las múltiples variables de conjunción, que, escuchado lo dicho por los partidos políticos, mejor será no meneallo.
Y aquí se plantea lo que parece más razonable -la formación de un gobierno con la lista más votada-, que no se alejaría de la voluntad mayoritaria de los españoles.
Apuesto por esta línea porque debe ser el Partido Popular el que asuma la gobernabilidad de la nación española. Asunto que, lejos de ser un cheque en blanco, es un dardo envenenado. El aprendizaje del diálogo no es cuestión de unos días, semanas o meses.
Aprenderán a cogotazos y va a ser muy duro desdecirse de lo dicho, desandar el camino del rodillo y tener que lidiar con aquellos a los que se les negó el pan y la sal.
En el pecado está la penitencia y no hay mejor lección que designar al PP como mandatario de la voluntad popular y cumplir con la negociación -un medio fundamental para llegar a acuerdos-. Lo llevarán claro y tendrán que bajar el cogote aprendiendo a dialogar. No les queda otra.
Que gobierne la lista más votada o que renuncien a formar gobierno y convoquen nuevas elecciones que favorezcan la aparición de nuevas maneras de hacer política. Mala cosa es despreciar la voz de la calle; esa misma que tiene la legitimidad de otorgar la soberanía. El desprecio al que se sometió el 15-M y la indignación que conlleva les ha pasado factura. Paguen lo que deben y veamos si tienen mimbres suficientes para hacer un cesto. Rindan cuentas como mandatarios que han sido. La justicia de los votos se ha pronunciado. A pagar, a devolver lo apropiado, y a gobernar, que en estas te quiero ver, escopeta.
