Ebenezer Scrooge -después de haber concedido a regañadientes a su empleado, Bob Cratchit, el día libre por Navidad- se ha retirado a su miserable habitación de avaro y espera -con apenas disimulo- que aparezca el Fantasma de las Navidades del Pasado. Después de tantos años, Scrooge está ligeramente harto del manoseo feroz al que su cuento, porque es su cuento y el de nadie más, ha sido sometido por estúpidos y pelafustanes de medio mundo a lo largo de más de un siglo y medio. Por un instante recuerda con horror una versión feminista en el que finalmente Scrooge (es decir, él mismo) resultaba ser una mujer que se había disfrazado de hombre durante toda su vida porque la opresión machista de una cultura heteropatriarcal le hubiera impedido ser un usurero respetable en el Londres victoriano. De repente sonaron las campanas del viejo reloj de pared. Scrooge se fijó en la puerta de la habitación traspasada por un plasma luminoso que lentamente se transformó en una figura humana, y ante sus ojos apareció José Luis Rodríguez Zapatero:

- Buenas noches, señor Scrooge? Soy José Luis?Rodríguez? Zapatero.

- ¿Y qué diablos se le ha perdido aquí?- preguntó el anciano encolerizado.

- Comprendo su estupefacción e, incluso, su asombro. Pero debe entenderme. No soy Felipe. No soy Aznar. No me llama para dar una conferencia ni el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz.

- Pues escriba novela policiaca.

- Es que tampoco tengo negros ni correctores. ¿Qué me queda después de la reforma exprés del artículo 135? Pues ser el penúltimo fantasma de la socialdemocracia. Dentro de cinco minutos voy a casa de Juan Roig para asustarle? ¡Buuuuuu! ¿Le parezco convincente?

- No.

- A él tampoco. Siempre me termina dando un vale para Mercadona?

Rodríguez Zapatero desapareció, el plasma se redujo a las dimensiones de una bola de golf y luego se convirtió en un televisor. El aparato se conectó bruscamente y apareció en pantalla el fantasma de las Na-vidades Presentes, Mariano Rajoy.

- Españoles? Rajoy ha muerto? Pero no se preocupen. Ni por eso dejaré de llevar esta gran nación por el rumbo de la prosperidad, la creación de empleo, la estabilidad y el sentido común, oiga usted?

Ocurrió algo en la tele de plasma. La pantalla quedó a oscuras y apareció el Fantasma del Futuro, Pablo Iglesias.

- ¿Qué hace usted aquí, señora? -Scrooge se sintió sobrecogido-.

- La pregunta es qué lleva usted haciendo tanto tiempo. Yo se lo diré: legitimar con triquiñuelas lacrimógenas el desarrollo del capitalismo inglés y, por tanto, universal. 364 días de explotación y trabajo y a cambio un día de buenos sen- timientos, una paga extra que es un robo, una ristra de buenos sentimientos que son hipocresía?

- Ya. Esas bobadas las escribieron críticos marxistas hace mucho tiempo. ¿Qué quiere usted? ¿Censurar el cuento?

- Solo un poquito. El cuento se queda más o menos como está, pero al final usted se afilia al partido, se pone una bufanda morada y en vez de "¡Paparruchas!" grita "¡Podemos!"

- ¿Y el pequeño Tim?

- Ah, eso no es discutible. Ese papel es para Errejón. Lo borda.