La Provincia - Diario de Las Palmas

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Reflexión

El proyectito

Es difícil diferenciar los términos de inteligencia y listeza y hacerlo además de una manera gráfica. En el gremio docente, pero esta afirmación es válida para cualquier ámbito de la vida laboral, la distancia que separa una palabra de la otra viene marcada por otra medida, un valor que separa situaciones y personas hasta el punto que el ser inteligente no implica en absoluto ser listo y a la inversa.

Al final de cada curso, me acerco a los alumnos más brillantes y, con la voz entrecortada, casi susurrándoles, les hago una seria advertencia. "No olviden el país en el que están ni el mundo en el que viven". La admonición tiene por finalidad descubrirles una realidad y protegerles -en este caso, sí soy paternalista y con plena conciencia- de la vorágine en la que se verán envueltos una vez inicien su andadura en la edad adulta.

España es un país de envidiosos y mediocres en el que la brillantez y la inteligencia se pagan muy duramente. El que destaca, aquel que supura talento ha de redoblar los esfuerzos para que la cohorte de lisonjeros y ganapanes no le hunda en el peor de los olvidos y sufra escarnio por algo que, en otras latitudes, se premia y busca afanosamente. Este es el sino de una nación que, en su misma literatura, como El lazarillo de Tormes -una obra a la que siempre vuelvo para entender lo que ocurre incluso en la actualidad más rabiosa- o El Buscón de Francisco de Quevedo, ofrece las claves interpretativas de un fenómeno tan curioso como es el del avisado.

El avisado, léase el listo, es el que, aun carente de un mínimo de inteligencia que le aúpe a la brillantez, urde maquinaciones, elucubra ardides y ejecuta perfidias que pretenden un beneficio que no le pertenece ni por talento ni capacidad. Únicamente por la habilidad en el relacionarse con los demás y estar en el sitio oportuno en el momento adecuado. No hay legitimidad en su provecho pero, incluso así, transformará en derecho lo que, en su esencia, es un abuso en toda regla. Lo peor, dicho sea de paso, es que el listo encuentre el inestimable apoyo de la propia administración en sus ambiciones, nada extraño en la historia patria, si bien sume en el desánimo a los que esperan y desean que los que gobiernan obedezcan a unos criterios de justicia y transparencia en la toma de decisiones. Así ha sido y parece que seguirá siendo, por muchas leyes o reglamentos que se redacten en su freno y condena, mientras no cambie la condición humana. El genio descarnado de don Francisco lo resumió muy a la española: "Creyendo lo peor, casi siempre se acierta".

Los avisados están por doquier, pues, se levanta una piedra y saltan como liebres. No importa el terreno, ni mucho menos el daño que puedan ocasionar, puesto que lo que cuenta es mantenerse y, si es posible, subir y subir hasta llegar a las mejores posiciones, justo aquellas que dan derecho al disfrute de un inmerecido privilegio o al desprecio de los del resto. Los listos parasitan en torno al poder, sea cual sea este. Primero, en la penumbra de la que nunca debieron salir y, luego, alrededor de quienes, advertida o inconscientemente, están en condiciones de satisfacer sus proyectos.

Y, si de proyectos hablamos, es necesario referirse, en el mundo de la enseñanza, al espantajo de la comisión por necesidades docentes, vulgarmente conocida como "comisión por proyectos". Pese a existir la práctica unanimidad de las agrupaciones sindicales sobre la injusticia que genera la implantación de un modelo de comisión que invita a la extensión del enchufismo y el amiguismo entre los claustros de los centros educativos, pese a la flagrante vulneración de los derechos individuales o departamentales, pese a que se antepone inclusive a la comisión por motivos de salud, nadie hace nada para atajarlo. Ha venido en formar una tupida red clientelar que ahoga cualquier criterio de racionalidad en su examen y rendimiento. Verdaderamente, algo inaudito.

Desde aquí, hago votos para que cese el oprobio institucional, a que impere el orden y la legitimidad encuentre, por fin, el acomodo de la legalidad. Habrá quien no comparta el juicio que se expone; quien, con nobleza, acceda a las sinecuras con que se regala la ansiada comisión y obre con solidaridad hacia sus compañeros de profesión. Sin embargo, será este mismo el primero en dar un paso al frente en la denuncia de todos aquellos que buscan un proyectito por el que vincularse a una comunidad educativa de manera injustificada y aviesa, únicamente en pos de un beneficio ganado en la oscuridad de unos deseos, tolerables en lo personal, pero inadmisibles en ley.

Esta es la diferencia entre la inteligencia y la listeza: la primera, brilla y reluce como el sol al mediodía mientras que la segunda se guarece en lo negro de la existencia humana. Quiero pensar por el bien de nuestra educación y por el de nuestros jóvenes -por quién si no- que algún día este país se levantará y dejará que la luminosidad del talento lo inunde todo hasta relegar al olvido la mediocridad y la envidia. Ese día, los avisados y listillos de variado pelaje sabrán que esta ya no es su nación.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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