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Juanjo Jiménez

LP Confidencial

Juanjo Jiménez

1.600 bolas

Recién fui a pelarme cuatro pelos que tengo en diferentes pero muy específicas localizaciones del cráneo, y coincidí en el sitio de esperar con una señora que tenía a su pollo en ese mismo trance, eso sí, con mucho más pelo el enano, que todo hay que decirlo.

La señora venía a su vez acompañada por una comadre y se iban comentando sus cosas, que si la ruta de la guagua al pueblo era más propia de un crucero por los fiordos con parada en cada puerto que lo que viene siendo un transporte directo, que si ya quedaban menos días para cobrar el paro. En fin, lo propio. Hasta que una de ellas agarra la revista que saluda, de las denominadas del corazón.

Amigo. En la página 4 o así, después de varias colonias y relojes, aparece el reportaje sobre la propietaria de una marca de joyería en el que ofrece su versión de qué es lo que requiere, en su conocimiento, una Navidad con fundamento, y no una navidad de aceite y vinagre.

De entrante el tamaño de la casa, traspuesto en el mapa a Judea, abarcaría lo que es la cueva, el palacio de Herodes, el terreno para las ovejas, los pastores, los peces en el río y buena parte de la ruta de los Reyes Magos desde Oriente a Occidente. No tenía fin el chozo. Me temo que para sacar la cocina el fotógrafo necesitó de un gran angular, y que la imagen del cuarto de estar se tuvo que encargar al telescopio espacial Hubble de la NASA.

Pero ella tenía otra vivienda al menos, dado que según adoctrinó la Navidad requiere de nieve. Que haga frío, eso sí, por fuera. Que en zonas templadas ella no vive este espíritu. De hecho dio a entender que cogía aviones persiguiendo la Navidad. O sus aviones, vete tú a saber.

Y efectivamente en esta guarida navideña se veía a lo lejos detrás de una ventana en lontananza como una ventisca, probablemente contratada a la Aemet por la misma propietaria también.

Además de copos, había que poner bolas. Y rianga 1.600 bolas colgando del techo. Lo dijo la tía, que eran 1.600. Y no las puso ella porque en el retrato que acompañaba el fenómeno no tenía evidencias de un destuerzo, ni venda por muñeca abierta.

Las dos señoras de la barbería comentaban con satisfacción y embelesamiento el buen gusto de esta Cleopatra sobrevenida, y que qué buena la idea lo de las 1.600 bolas colgando del techo. Y que qué bien que tenga frío a mansalva, y no lo de aquí, territorio de carácter eminentemente subtropical donde un reno que aterrizara con su trineo en Gando sufriría un síncope por diarrea e hiperventilación antes de llegar a la terminal de descarga.

En el revistero aparecían detrás los titulares de los periódicos con dramáticos llamados en los que se rompe el país en varios cachos y se divide en cuatro facciones pero a lo mejor resulta que nos estamos chiflando y que a muy poca gente le importa realmente esa bola.

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