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Papel vegetal

Doblemente rehenes

Pobre España: rehén por partida doble! Rehén desde hace ya demasiado tiempo de eso que llaman "el conflicto catalán". Rehén ahora también de Bruselas y los mercados.

¿Conseguiremos salir en algún momento de situación tan endiablada? Hay quien dirá que los políticos están para eso, que para eso les pagamos, pero ¿tenemos los políticos que realmente nos merecemos?

Hemos abocado a quienes acabamos de elegir a un callejón de difícil salida, que requerirá algo a lo que sobre todo el partido que nos ha estado gobernando a base de decretos leyes durante cuatro años tendrá que acostumbrarse: el diálogo con los otros.

El espíritu independentista de una parte de los ciudadanos catalanes ha sido alimentado por la irresponsable demagogia de unos políticos y la cerrazón estúpida de otros.

Tal estrategia daba votos, aunque de signo contrario, a uno y otro lado del Ebro, y de ahí que se haya alimentado tantas veces de modo artificial hasta lo exasperante.

Se crearon así dos falsas identidades: la de una Cataluña singular, irreconciliable, heredera de un mítico pasado que tiene más de invento que otra cosa, y la de una España unida, casi monolítica, incapaz de admitir una realidad plurinacional.

Se han inventado agravios donde no los había -o al menos no debería haberlos- y se ha utilizado con total falta de escrúpulos a unos territorios contra otros, enfrentando incluso a las lenguas, que no deberían servir para dividir sino para entenderse.

Y todo ello se utilizaba para desviar la atención de los auténticos problemas, para que no se hablase, o lo mínimo posible, de la corrupción de unos y de otros, de los desmanes urbanísticos, del empeoramiento de las condiciones laborales, de la destrucción de empleo, del deterioro de los servicios públicos, de las privatizaciones de lo que era rentable y la asunción por el Estado de lo que no lo era.

Y se han hecho muchas de esas cosas -por ejemplo los recortes y privatizaciones- porque nos habíamos comprometido con Bruselas, porque nos lo exigían nuestros acreedores, porque nos lo demandaba la Merkel, porque éramos y seguimos siendo rehenes de los mercados.

Y mientras catalanes y el resto de los españoles seguimos defendiendo, interpretándolo cada cual a su manera, el concepto de nación como si fuese algo sacrosanto, hemos cedido una parte de nuestra soberanía a unas burocracias administrativas y financieras que continuamente deciden sobre lo que afecta a nuestra vida diaria.

Y eso, la percepción ciudadana de que hagamos lo que hagamos, elijamos a quien elijamos, son finalmente otros quienes deciden por nosotros, quienes nos marcan las líneas rojas que nunca podremos atravesar, es lo que en otras partes, por ejemplo en la vecina Francia, está alimentando los populismos de extrema derecha.

La Europa que hemos construido hasta ahora es menos política y democrática que burocrática, y los centros de decisión están en Bruselas y en Fráncfort, no tanto en Estrasburgo, donde tiene, sin embargo, su sede el Parlamento Europeo.

De ahí esa sensación de que eso que llamamos soberanía nacional vale cada vez menos, de que da igual que elijamos al Partido Popular o al Socialista porque al final unos u otros gobernarán con el ojo puesto sobre todo en el BCE y Bruselas.

Pero ¿es realmente eso así? ¿Hay que obedecer ciegamente a lo se nos impone desde instancias no electas? ¿No deciden otros jefes de Gobierno como la canciller alemana lo que considera que es mejor para su país aunque, como se ha visto, ello perjudique a sus socios?

¿Es esa la Europa que queríamos? ¿No es hora de dejar de ser rehenes o al menos de reivindicar cierto margen de autonomía para fijar nuestras propias prioridades? Porque esto, y no otra cosa, es lo que reclaman esos partidos de izquierda que tanto parecen asustar a los mercados y a quienes hoy llevan la voz cantante en Europa.

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