La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un pacto, un tablero y una 'play'

Mi hijo me tiene frita. Literalmente achicharrada. Como no se puede dimitir a ratos de madre, solo me queda huir por toda la casa perseguida por una cantinela: "Mamá, vamos a negociar; mamá, a dialogar; mamá, pactemos; mamá, somos demócratas; mamá, son nuevos tiempos; mamá y mamá..." Y así, día tras día, desde el 20-D.

Mi hijo lo que pretende, por la vía del agotamiento, es que le deje jugar más tiempo a la play. Ya verá si lo hace con los viejos juegos o con los nuevos, esos que él llama emergentes. Le da igual. Lo que anhela es estar el mayor tiempo posible en un mundo, su mundo, en el que puede mandar, fijar sus reglas y tocar poder. Hasta miedo me da.

Y lo quiere graciosamente, sin nada a cambio. Porque él lo vale. Porque está en su derecho. Porque la maquinita es suya aunque la pagué yo. Porque sus amigos libran idéntica batalla con sus madres. Y porque, según dice, si no mueve ficha lo sacan del tablero.

Su discurso es impecable. Con gran desparpajo, enlaza frases que el muy avispado viene aprendiendo de los telediarios desde la misma noche electoral. Un relato que se ha construido para convencerme, para agotarme, para que claudique o para que me abstenga. El objetivo es el mismo y el método -como el tamaño de su majadería- no importa.

Ni les cuento hasta dónde me tiene ya el discursito del niño. Y solo estoy empezando. No hace ni dos semanas de aquel domingo de urnas que comenzó mi sinvivir y, me temo, que así me tendrá hasta la primavera.

Pero lo que no comprende mi hijo, tan niño como nuestra democracia, es que las frases, el lenguaje en sí, sirven para expresar un contenido, un pensamiento, un sentir, una intención. Tienen un significado; no hay palabras huecas. ¿O sí? Por eso, cuando habla de negociar, dialogar o pactar debe entender también que hay que estar dispuesto a ceder, a renunciar, a entregar.

Ofrecer algo a cambio. Si quiere más tiempo en la play tendrá que compensarme con más dedicación al estudio, con más orden en su habitación o pasear al perro más veces que yo. No parece dispuesto pero tendrá que aprender. No quiero que tenga como toda aspiración ser presidente de un gobierno.

Y debe aprender la semántica de las palabras porque en su tablero, y también en el político, ha comenzado un diálogo de sordos donde todos hablan, nadie se escucha y nada se dicen. Tampoco se cede, se entrega o se renuncia. ¡Vamos! para qué si no se inventaron las líneas rojas.

Están como mi hijo. Detrás de sus frases vacías -que sigue ampliando a cada telediario- solo exige. Sin nada a cambio. Porque él lo vale, porque la play es suya aunque la pagó su madre y porque en el tablero real el voto de lo mío lo tengo yo y el voto de lo tuyo también lo quiero yo.

Todo un ejemplo. Diálogo de boquilla, negociaciones de medio pelo y pactos que ya veremos. A ver así cómo le explico yo a mi hijo que si no cambia de actitud, si no aprende a dar y no solo a recibir, acabará expulsado del tablero. Y fin del juego.

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