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Papel vegetal

¿Están echando veneno en nuestros campos?

El gran negocio de la multinacional estadounidense Monsanto se ha convertido en la pesadilla de los ecologistas y de cuantos en todo el mundo se preocupan por los posibles efectos de ciertos herbicidas en la salud humana.

Monsanto es el fabricante de Roundup, herbicida basado en la substancia química glifosato, sobre cuyas cualidades cancerígenas existen sospechas.

Sintetizado por primera vez por un químico suizo, el glifosato se viene empleando desde los años setenta en la agricultura de numerosos países para eliminar las malas hierbas.

El negocio redondo para Monsanto consiste en que además de Roundup ha patentado semillas transgénicas, Roundup ready, resistentes a ese herbicida y que vende también a los agricultores.

La Comisión Europea deberá decidir en el transcurso del próximo año si aprueba que se siga comercializando en Europa el glifosato pese a que, según un informe de la Organización Mundial de la Salud, es "verosímilmente cancerígeno".

Como a veces ocurre con estas cosas, los científicos no terminan de ponerse de acuerdo, y así el Instituto Alemán de Evaluación de Riesgos llegó a la conclusión opuesta, y a ella se adhirió también la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, con sede en Parma (Italia).

El diagnóstico de esta última institución es que el glifosato "verosímilmente no produce cáncer", veredicto al que se ha aferrado Monsanto para seguir defendiendo su gallina de los huevos de oro.

Sin embargo, el semanario alemán Die Zeit, que ha investigado el asunto, arroja dudas sobre esos dos últimos estudios que tratarían de demostrar la inocuidad de esa substancia y por consiguiente del Roundup de Monsanto.

Según la revista, el citado Instituto Alemán de Evaluación de Riesgos no fue el autor directo del informe que intentaba dar un certificado de "probable" inocuidad a esa substancia y que sirvió a su vez de base al de la agencia europea, sino que se debe a un gremio interdisciplinar conocido como "Grupo de Trabajo sobre el Glifosato".

Pues bien, de ese grupo forman parte precisamente los fabricantes del glifosato, precisamente las empresas que han solicitado a la Unión Europea autorización para seguir comercializando el herbicida. Es como poner al zorro a cuidar el gallinero.

Y el voluminoso informe que publicaron consiste en resúmenes de diversos estudios en los que los propios fabricantes investigaron los efectos de la substancia que comercializaban.

El semanario alemán cita otro estudio, esta vez de la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer, radicada en la ciudad francesa de Lyon, cuyos expertos, tras estudiar ciertos casos de cáncer entre trabajadores del campo expuestos a ese herbicida, calificaron de "creíble" la relación entre su uso y la enfermedad.

Hay, por ejemplo, datos inquietantes llegados desde Colombia, donde se utilizó el glifosato para acabar con las plantaciones de cocaína y se descubrieron alteraciones en el material genético de las células sanguíneas de las personas que vivían en los alrededores.

Y en Argentina, donde, al igual que en Estados Unidos y Brasil, está permitido y muy extendido el uso de glifosato en los cultivos de transgénicos como la soja, el pediatra Ávila Vázquez, que trabaja en la provincia de Córdoba, ha informado de la profusión de casos de cáncer y del nacimiento de niños con malformaciones en zonas rurales como Monte Maíz, donde se dan esos cultivos.

Hace unos días, cerca de un centenar de investigadores de veinticinco países -epidemiólogos, toxicólogos, biólogos moleculares y otros especialistas- publicaron una carta abierta al comisario responsable de Sanidad de la Unión Europea, Vytenis Andriukatis, calificando de "científicamente inaceptable" la falta de transparencia en el estudio europeo.

Los ecologistas y epidemiólogos temen el poder del lobby defensor del herbicida y recuerdan los casos de otras substancias cuyos fabricantes defendieron durante años hasta que quedó definitivamente demostrada su toxicidad, como el DDT, en su día el insecticida más empleado del mundo, o el PCB (biofenilo ploriclorado).

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