2.136.000 telespectadores abrieron sus legañosos ojos y encendieron sus doloridos oídos el 1 de enero por la mañana para repetir el ritual armonioso y, en ocasiones, alegre, de los valses de los Strauss y las estampas idílicas de una bucólica y verde Austria disfrutable en verano, junto a las imágenes de un público con rostros iluminados como los creyentes que acuden al final de su peregrinación santa y creen cumplida su misión vital. Posiblemente, esta cifra de televidentes de la Primera de TVE sea el récord histórico en esa franja horaria, pero no conviene dar mucha publicidad de ese hecho, que al final va a ser que la televisión no es sólo un escaparate de lo más inmundo de esta sociedad española. Cabe recordar que en el ranking de lo más visto el viernes 1 de enero, el Concierto de año nuevo sólo fue superado por las películas megacomerciales en horario de tarde, cuando ya la gente se queda paralizada ante el televisor a partir de la siesta.

Permítanme que utilice este fenómeno audiovisual para analizar su impacto turístico y compararlo con las (desafortunadas) iniciativas del marketing canarionésico. De entrada, hay que tener en cuenta que la retransmisión desde la sala Dorada de la Musikverein de Viena tiene una audiencia posible de 1.000.000.000 de personas (sí, mil millones), aunque en las informaciones publicadas se afirme que son 50 millones de telespectadores, lo cual no me cuadra si sólo en España lo vimos dos millones y pico. El concierto se emite desde Austria sin coste para las televisiones que lo retransmiten (¡Qué desperdicio. Gratis! Dirán los profetas del liberalismo), es una producción costosísima que incluye el propio concierto y la producción televisiva, que lleva meses de filmación durante todo el año. El concierto se puede ver en más de 70 países y los derechos de emisión se ceden gratuitamente con la condición de no cortar la emisión con publicidad ni meter anuncios sobreimpresionados. El resultado, una promoción turística impagable que supera con creces el coste de su producción. Y eso que es cultura y una invitación a visitar unos paisajes alpinos o danubianos que atraen a 25 millones de turistas al año, poco más de un tercio de los que recibe España (61 millones). Con la diferencia de que aquí (mayoritariamente) vienen a beber, dormir, beber y comer (y vuelta a beber) barato para arrastrar durante el día sus cuerpos sobre la arena de la playa, mientras que en Austria se gastan el dinero quienes pueden permitirse visitar sus ciudades y lagos sintiendo la música de Strauss o Mozart, o en invierno esquiando en sus montañas o en el Concierto de año nuevo a 1.000 euros la entrada (y si la consigues).

Vamos, que Austria es un ejemplo a seguir en política de marketing turístico, un caso digno de los libros de Philip Kotler. Una iniciativa que se repite año tras año y va perfeccionando su tradición sin cambios significativos consagrada como una de las campañas audiovisuales publicitarias más antiguas de la historia de la televisión (no olvidemos que el Concierto de año nuevo se celebra desde la época nazi en Austria) a través de imágenes que nos hacen reconocer las ciudades austríacas y sus rincones más encantadores con palacios de Sissy, iglesias, ríos, lagos, aldeas rústicas? Una sobredosis de deseos de contratar el viaje al país de cuento.

En estas ínsulas, por el contrario, cada nuevo gobierno cambiamos la estrategia (o la mantenemos, que no sé si es peor) y nos promocionamos con imágenes de japoneses haciendo el chino, o de inuits sacados de un reportaje de National Geographic para decir que somos un gran hotel con grandes playas y sol. Ideas simpáticas que no consolidan la marca ni entre los esquimales ni los asiáticos, y menos en nuestros mercados habituales que no quieren verse rodeados de exóticos antípodos. Y es que aquí nos conformamos con poco. Hemos perdido la noción del medio y el largo plazo. Nos emocionamos al escuchar que tenemos una hora menos y que nos dejen entrar todos los años un minuto en los hogares peninsulares para hacer sonar las campanas de la basílica de Teror en un visto y no visto. Un minuto dorado en el que cada año improvisamos a última hora cómo promocionar las Islas (aunque yo siempre he abogado por que cada isla se promocione, que eso de Canarias es como decir que venir a España es elegir Maspalomas).

En la capital insular se ha llegado a suprimir los voladores de fin de año, cosa justificable desde distintos argumentarios, pero sin ofrecer una alternativa que aglutine a los ciudadanos en torno a su emblemática playa. Sin embargo, copiamos a otros lugares organizando la última Sanfermina, perdón, Sansilvestra, que no hay toros (porque en estas Islas nunca los hubo de forma natural) y el primer baño del año. Lo que pasa es que las televisiones nacionales e internacionales no dan importancia a estas iniciativas, porque lo sorprendente es bañarse en aguas congeladas o correr para no convertirse en estatua de hielo.

Con todo esto, quiero desearles un feliz año. Que aprendamos de la experiencia austríaca y que nos centremos en imaginar cómo podemos planificar a largo nuestra promoción, gastando el dinero en eventos culturales, medioambientales o deportivos como el vídeo Cascadia que causa furor en las redes del ciclista que baja por las azoteas desde los riscos a Vegueta. Ya ha sido visto por 10,9 millones de personas en Youtube, por lo que figura entre los 12 vídeos más vistos de la empresa GoPro (la cámara para deportistas más vendida en el mundo). En tan sólo tres semanas, el paseo por las azoteas de Gran Canaria se sitúa entre trabajos que llevan publicados entre 1 y 5 años en este canal que ha recibido más de mil millones de visitas en sus 10.915 vídeos publicados. Y aquí, mientras tanto, nos miramos en el ombligo de los esquimales.