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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Sobre el triunfo

He querido entrar a ver Palmeras en la nieve pero la cola da la vuelta y no tengo más remedio que irme a otra película. No me apetece verla con la pantalla pegada a la nariz, con el riesgo preclaro de contraer una tortícolis. Pensé en lo bien que le va a Adrián Guerra, el productor del filme (más de tres millones de euros desde su estreno), un treintañero grancanario que conocí gracias al periodista Luis Roca, y que me llamó la atención por la humildad con la que afronta su meteórica carrera. Para la ocasión (una entrevista en directo en el Club LA PROVINCIA) nos contó que durante su adolescencia (y todavía) engullía todo lo que le interesaba en cinematografía, a la vez que recordó lo complicado que resulta la recepción en España del cine industrial, al que la crítica se empeña en aplicar criterios de valoración similares al de autor. Y añadió que en Estados Unidos es distinto: cada cosa está en su sitio. Sus palabras las siguió un auditorio de unas doscientas personas (aforo lleno), en su mayoría estudiantes del ámbito cinematográfico deseosos de encontrar una oportunidad para llevarse algo al bolsillo o para triunfar, que nunca se sabe.

Con estos asuntos en la cabeza me metí, finalmente, en Steve Jobs, la película del mismo nombre del creador que revolucionó la nueva economía y estableció las bases de la sociedad digital con el imperio Apple. No me vino mal: no se trataba de separar los soportes con los que rompió la barrera del sonido de los que supusieron un auténtico fracaso en su carrera. El mito del imperio que salió de un garaje se sostiene, a la vez que se reincide (es la segunda película sobre el magnate) en su carácter egocéntrico e insoportable. Me parece más valiosa la fijación en lo primero: es raro encontrar perfiles innovadores y productores de riqueza que carezcan de manías, o de castraciones emocionales comunes que en el caso de un tipo como Steve se engrandecen hasta el paroxismo después de muerto.

La seducción de este nuevo capitalismo surgido en Los Altos (California) es que penetra en las antiguas estructuras mercantiles hasta contaminarse (salida a la bolsa, conflictos con accionistas, expectativas de mercado...). Así y todo, y a diferencia de sus competidores de calado, logra (no sin sucesivas crisis) imponer otro modelo: no habría espacio aquí para dirimir si fue un mérito en solitario de Steve Jobs o de su equipo. Él lo tenía claro: "Yo soy el director de orquesta". Sin embargo, la cuestión crucial está en que la modernidad devora a la tradición, o que la segunda no tiene más remedio que claudicar frente a la primera. El gran mago, emocionalmente "mal hecho", como él mismo reconoce, retorna a Apple y establece una serie de iniciativas para popularizar (mientras la salud se lo permite) su visión: unos ordenadores con un diseño único, una marca que distingue a los que la usan, en definitiva el nacimiento de un estatus al que para llegar hay que hacer grandes colas en los establecimientos. A Steve Jobs no le importaba mucho el coste de cada nuevo lanzamiento, las viejas estructuras capitalistas que le rodeaban (directores generales, gerente y patronos timoratos) se ponían a temblar cada vez que su factoría empezaba a funcionar. Temían las peores cifras mientras que a él sólo le importaba añadir más y más al narcisismo del consumidor.

¿Sucede esto sólo en Estados Unidos? En España, por lo pronto, nos dedicamos a hablar de antigua y nueva política. Los recortes en I+D+i han marcado la pauta de la última legislatura. Los reductos universitarios dedicados a la investigación no logran llevar sus patentes a la economía libre, al mundo de las empresas y de sus consejos de administración. El triunfo de un productor como Adrián Guerra es visto con suspicacia, pese a encadenar película tras película en una época de crisis en un país todavía a la búsqueda de su tejido industrial.

Un fracaso sí ronda a Steve Jobs: que sus ordenadores no se hayan extendido como una mancha de aceite a lo largo y ancho del sistema educativo. El ordenador evoluciona como un bien de consumo, se incorpora de manera acelerada a la vida familiar, se multiplica en los hogares, se convierte en imprescindible, los padres son conscientes cada vez más de que es una herramienta necesaria para sus hijos... Sin embargo, los gobiernos van todavía a una velocidad desesperante, orgullosos en invertir más en carreteras que en el futuro. Nada más absurdo que un sistema educativo obsoleto.

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