Hace unos días invité a mis cinco nietos, en edades comprendidas entre los veintiuno y nueve años, a asistir al Guiniguada a la representación teatral de un cuento clásico que jamás pasará de moda: "La Cenicienta". Llegados a nuestras butacas observé confirmando con agrado que el tiempo no ha erosionado el latir infantil de todas las madres y abuelas que íbamos a disfrutar de tal evento. Niños y más niños respiraban con alegría el deseo de que el acto tan deseado comenzase y, de pronto, se apagan las luces y surge la magia: una linda Cenicienta (Nati Vera), mostrando en su buen hacer una fragilidad convincente añadida a una bondad que se unía en estrecha relación con el público infantil, dado el realismo que otorgaba a su hermoso personaje, pero condenada a la dictadura de tres perversas mujeres, la madrastra (Lucy Rodríguez), en una muestra de excelente interpretación y cuyos gestos a veces decían más que sus propias palabras, y las dos terribles hermanastras (Herme Orihuela e Yliana Arteaga), espléndidas en esa cabalgadura insistente de la envidia y la maldad que ellas recrearon en todo momento sin desánimo en sus difíciles papeles.

Y apareció la esperada Hada Madrina (Begoña Viera), con una interpretación sólida, otorgando el chispazo de la risa y haciéndonos creer que la enorme varita mágica con intermitente iluminación derramaba milagros, mientras se acompañaba de una voz cantora que brindaba sonidos hermosos. Y cómo no, también hizo presencia el Príncipe (Cristian Torrero), en un papel corto, pero haciendo las delicias de la chiquillería con su pedante y bien lograda presunción de guaperas irresistible.

Y así, entre aplausos, carcajadas y la celebración del amor y la bondad, finalizó tal argumento, que pudo resultar fatigado por repetido a lo largo de tantísimos años desde su primera publicación, resultando ser al fin un trabajo manejado y dirigido con maestría, desde el afán de cuidar hasta el mínimo detalle el engranaje de la historia, por Profetas de Mueble Bar (Juan Ramón Pérez, Fernando Navas y Carmelo Alcántara), que además incluyeron una bonitas composiciones musicales escritas especialmente para este acto (Bárbara Granados), más un vestuario de época (Bartolomé Ruano) elaborado con mimo y esmero, con una imaginación empeñada en que nos deleitásemos en encajes, terciopelos, pieles lentejuelas, volantes, colorido en los tejidos y audacia en los diseños.

En suma, un cuento para niños y mayores con un propósito lúdico y el resultado que se buscaba: disfrutar de una tarde llena de emociones manteniendo una íntima comunicación entre público y personajes, que es uno de los más bellos sentimientos humanos.

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