La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Reflexiones viajeras VIII

San Pedro de la Nave: unos 10 km antes de llegar por el oeste a Zamora, si uno se toma la molestia de dejar atrás la carretera general para desviarse al pueblecito de El Campillo, no se arrepentirá.

Si como nos ocurrió a un grupo de amigos, nos acompaña la luz dorada del atardecer, la visión repentina en un amplio descampado, de la iglesia de San Pedro de la Nave es algo más que eso, es una aparición. ¡A riesgo de pecar de frívolo podría haber articulado mi asombro planteándome si lo de la Nave no tuviera algo que ver con la presencia de una Nave Espacial!

En un entorno insólito por lo despejado se asienta un edificio compacto y pétreo, de sillería color caldera, como formado por los bloques cúbicos de un gigantesco lego.

"Pequeña pero matona" es una idea que me viene sin querer a la cabeza, por la fuerza que le confiere una estructura cuya disposición es a la vez basílica y cruz griega superpuestas, y que a pesar de delatar un origen prerrománico, parece recién construida. Y como fuimos averiguando, no íbamos descaminados, pues fue desmontada de su emplazamiento original junto al río Esla, y reconstruida 2 km más arriba, para evitar ser tragada por el nuevo embalse del mismo nombre. Y como algunos nos barruntábamos también, estamos aquí en presencia de cierta "realidad reforzada". Por un lado se ha desplazado la espadaña neogótica pegada al edificio, colocándola en el perímetro del recinto, a modo de eficaz reclamo de piedra. Por otro, se han reinventado alguna de las partes derruidas, edificándolas en el estilo de las más antiguas y escasas iglesias visigóticas todavía existentes en España. Los templos supervivientes de la invasión musulmana son los que se salvaron por su aspecto humilde o su ubicación más recóndita de una destrucción que nos han obligado a revivir últimamente en otras latitudes. Sin embargo, a mí me parece legítima esta pseudorestauración, máxime cuando así se reconoce, sustituyendo paramentos presumiblemente de piedra en el original, por ladrillo visto. Si acaso hasta se han quedado cortos en la culminación del cimborrio, que semeja una torre cuadrada, cuyo revestimiento incluso parece ser a base de impostora pintura gotelé.

La visita al interior es memorable; la primorosa ornamentación de frisos y capiteles justifica plenamente la etiqueta de iglesia visigótica. Y la compartimentación del volumen interior nos recuerda las limitaciones arquitectónicas que fueron superándose más tarde con el románico, y dramáticamente en la etapa gótica. Pero este "quiero y no puedo" en la técnica constructiva se ve compensada por el arropamiento, la intimidad conseguida en los cubículos, y la osadía en el ambicioso crucero, en el que sin duda se pasaron, pues el cimborrio estaba entre los escombros arrumbados junto a la iglesia original, resuelto en la versión trasplantada con una fábrica sin duda más ligera pero tal vez menos coherente.

Añádase a la impresión general el mimo con que se ha enmarcado la iglesia, lo bien disimulada la zona de acogida de turistas, apartada y discreta, para que la experiencia global de la visita se convirtiera sin duda en una de las piedras angulares de nuestra excursión a tierras zamoranas.

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