Camino despacio, un pie, otro pie, una no sabe si al despedirse va o viene, por eso mi paso es meticuloso y atento. Del talón al último dedo siento la presión del cuerpo que engendra el suelo y, en esta sucesión, el camino. Soy caminante caminando, y ando saludando a todo y a todo abandonando.

Lo que me acompaña es una antigua creencia de pasado, un nombre difuso, la identidad que come flores, que no conozco, ninguna se parece nunca a un recuerdo. Viene conmigo el que quiera y también se van cuando quieren, algunos se alejan demasiado rápido, quedándose atrás.

La rosa de los vientos tatuada, un pie en el este, el otro en el oeste, un error tras otro. Éste es mi viaje sin fin, una equivocación maravillosa que hasta aquí me trajo y que de aquí me aleja. Mi rueda de la fortuna es una brújula loca.

He andado con las mariposas huyendo del frío, ellas. Me conmovió la tenacidad del Salmón rio arriba. Atravesé corrientes de langostas, un aire de ruido. Tengo las extremidades de la golondrina, el llanto de la pardela y la cabeza de chorlito, dorada.

Pero nada me ha dolido tanto como el exilio de alguno que caminó por miedo. Encontré terror en los desiertos, muertos en las playas, niños, cadáveres del odio a las puertas de la ciudad. Unas puertas inmensas que se cierran con vergüenza.

Descubrí que existe una mentira detrás de los muros, planes de pensiones, seguros de vida. La gente allí se esconde con la fantasía de sentirse a salvo. Nunca entendí las fronteras, el sol y las estrellas se ríen de nosotros. Yo sigo, un pie, otro.