La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aula sin muros

Promesas de año nuevo en el verano austral

Escribo sentado en el mismo lugar (líbreme Dios de compararme con semejante ilustre escritor de las letras hispanas) donde Ernesto Sábato imaginaba y pergeñaba los fatídicos personajes de su obra Sobre héroes y tumbas: el banco de piedra que rodea la gomera, frente a la pequeña iglesia, al costado del cementerio de La Recoleta, donde yacen, en mausoleos de mármol, los restos de próceres y ricachones bonaerenses con el fatuo deseo de que les aguarde una gloria semejante a las vidas de privilegio de las que gozaron mientras anduvieron en la tierra. Desde aquí me llega la música de guitarreros que tocan y cantan sentados en el pasto. No lejos unos tanguistas bailan, entre un redondel de curiosos, al son de un bandoneonista que toca melodías del arrabal del Astor Piazzola. La otra noche de despedida y comienzo del nuevo año, como en miles de poblaciones de todo el mundo que festejan la Navidad y el año nuevo, lejos de las iracundas diatribas y amenazas del sultán de Brunéi, podrido de poder y dinero, contra la peligrosa cristianización de la Navidad de su pueblo y súbditos, los distritos y barrios del Gran Buenos Aires, se pueblan de pólvora, cohetes y fuegos en una noche de luna llena que no se volverá a ver, en toda la plenitud de su redondez, hasta dentro de 14 años. Los autos hacen sonar las bocinas y alguien, de oído muy fino, dice que se pueden escuchar, a lo lejos, las sirenas de los barcos surtos en los amarraderos de Quilmes y Puerto Madero. El ruido de la pólvora espanta a los perros y más de uno salta la tranquera del jardín y desaparece despavorido y sin rumbo.

En pleno festejo, después de la cena, se abren botellas de champagne y sidra cuando dan las doce pero no hay peligro de que alguien se atragante porque no existe la tradición de comer las uvas en familia o entre el clamor de una multitud congregada en una plaza debajo del reloj del ayuntamiento o la torre de una iglesia. En alguna casa se escucha, a todo volumen, música bailonga del Brasil, el Caribe y alguna casa se atreve con los Credence y Joe Cooker. La gente se funde en abrazos efusivos y se besan, con un solo ósculo, como ocurría en Canarias hasta hace bien poco. De acuerdo con la inveterada costumbre los convidados a la fiesta se desean buen año, buena suerte y se dicen, unos a otros, esa cantidad de tópicos que parecen pasar a mejor a mejor vida cuando, pasa la resaca y se preparan las valijas para irse de vacaciones a la Costa o las bolsas con las mallas y el picnic para andar a remojarse en las piletas en la canícula del verano austral. En todo caso permanecen las expectativas de creer en la esperanza de un buen año y se polemiza sobre el pasado y futuro de un país casi, dicen muchos, partido en dos mitades después de las recientes elecciones. Para unos, la ruina de país que dejan los que se van, envueltos en escándalos de corrupción, (en todas partes cuecen habas) uno de los índices de inflación más altos de toda Latinoamérica, descenso del comercio exterior por leyes proteccionistas, millones de subvencionados que promueven la dejadez, vivir de la sopa boba y cierta holgazanería crónica de los emigrantes y clases populares y la galopante inseguridad ciudadana que amedrenta a propios y extraños. De otra parte están los que pronostican una fuerte devaluación de la moneda, empobrecimiento de los autónomos y pequeños productores nacionales, leyes mordaza para evitar las protestas y una política neoliberal que olvida y deja desprotegida a las clases más humildes de la sociedad. Pero la situación de cambio e incertidumbre de un tiempo nuevo no impide que en los hogares se festeje la llegada del año con una picada, asado de una carne única en el mundo y se brinde con buen vino y sidra producida en las destiladoras de Mendoza, Río Negro y San Juan. Y, como ocurre en ciudades y pueblos de todo el planeta, unidos por la globalización, cara al año nuevo que empieza la gente se hace buenos propósitos que se repiten, una vuelta cada nuevo año, que se dan por concluidas las cuchipandas propios de las fechas. Los hay que se prometen, a sí mismos, volver a flagelarse el cuerpo, enfundados en apretadas ropas de vinilo y plástico en cintas de gimnasio, trotando por calles en medio del ruido y tránsito de los autos o dando vuelta, a la redonda (dicen que son los lugares más seguros no expuestos a los "chorros" y atracadores) a un parque con pasto, una fuente y una estatua dedicada a un prócer.

Luego están los que apuntan en agendas encabezadas por una frase de Confucio, Platón o los nuevos gurús de la autoayuda como Paulo Coelho o Bucay, no estresarse tanto en el trabajo (laboro en Argentina) y realizar un curso para mejor crecer o entenderse a sí mismo. En cuestión de ocio están los que se consuelan con que este año es el del viaje tanto tiempo soñado y se procuran una alcancía en forma de chanchito, versión argentina del cerdito o cochinito, para comenzar a ahorrar, sin que nadie, todavía, sepa explicarme por qué se relaciona a una especie animal destinada a la parrillada con el ahorro. Arriba y abajo del paralelo, en las dos orillas, la gente formula, en voz alta, buenos deseos y propósitos que solo el tiempo se encargará de ver si se cumplieron. Por más de no ser prosaicos y cargados de tópicos las promesas del año nuevo, responden a deseos de cambio y mejora, inherentes a la motivación humana. Porque, a todas estas, comienza enero y se impone revisar las cuentas y lo gastadas que están las cintas magnéticas de las tarjetas de crédito. Enero es el primer mes del calendario romano que tiene su origen en Jano, el dios pagano de los romanos que guardaba las llaves de los principios y los finales. Su doble busto del dios barbado representa, por partida doble, el irrefrenable placer de los días pasados y las promesas de cambio en las que parece latir el remordimiento o la culpa de haberse pasado en la comida, las copas y el consumo desaforado. Los más arrepentidos, ensimismados en frustraciones o traumas que vienen de cuando eran chicos, les queda el Psicoanálisis. Como también para los que retornan a la carga de los conflictos no resueltos con su padre, madre, pareja, hijos o el prójimo. Por eso son muchos los que ya han vuelto a pedir turno a su analista.

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