España ha llegado a un punto de bifurcación. En una dirección se encuentra el futuro que describen los pesimistas, que dicen que el auge de partidos antisistema es la evidencia de que pronto España se deslizará en el olvido geopolítico y económico. En la otra dirección hay un camino ascendente que lleva a una mayor integración territorial y al resurgimiento como potencia mundial. No sabemos cuál de estos dos posibles futuros se hará realidad. La forma en que los españoles respondan a sus actuales problemas determinará su destino colectivo. Si no aprovechamos este momento decisivo para seguir con las difíciles reformas que Europa nos ha marcado, nos arriesgamos a ir por un camino que nunca debimos tomar.

El Partido Popular ha vuelto a ganar las elecciones generales en España, sin mayoría absoluta pero con 33 escaños más que el Partido Socialista. ¿Significa eso que Rajoy es el peor presidente de Gobierno que ha tenido España y que la pérdida de votos es consecuencia de un fracaso estratégico por su parte? La respuesta es no. Su plan económico no ha ido mal y la creación de empleo en los dos últimos años es respetable. La historia de países más avanzados que el nuestro demuestra que las crisis y las iniciativas impopulares para gestionar con eficacia el déficit público y parar la destrucción de empleo pasan factura al gobernante. Pero un plan para garantizar la recuperación económica, fortalecer el Estado del Bienestar y recuperar la confianza de nuestros socios europeos, de los inversores y de nuestros acreedores, no son un ejercicio de magia ni de demagogia que se pueda ejecutar en cuatro años. Requiere otros cuatro.

Pedro Sánchez representa la parálisis inviable de la actual socialdemocracia española sin que se advierta reacción inteligente alguna en un PSOE establecido en la renuncia. Con sus deseos de formar un Frente Popular con comunistas, nacionalistas e independentistas, Sánchez quiere presidir a toda costa un Gobierno incoherente que acabará con el PSOE y con España. Lo coherente era haber dimitido tras obtener el peor resultado de la historia del PSOE, como hizo el líder laborista británico Ed Miliband. Su viaje a Lisboa es un viaje a ninguna parte. El Lado Luminoso de la Fuerza está en Alemania o en Francia, no en Portugal, lo que constata que prefiere ir por el Lado Oscuro de la Fuerza. Sánchez es un pedigüeño que mendiga su supervivencia para instalarse en La Moncloa a pesar de que los españoles han votado que no le quieren para presidir el Gobierno de España. Portugal no se parece políticamente a España. Es un país sin problemas regionales que no cuestiona su Constitución, donde para gobernar con mayoría absoluta son necesarios 116 escaños, y donde a pesar de que la coalición de centroderecha ganó las elecciones con 104 escaños, el partido socialista con 85 escaños pactó con los dos partidos de extrema izquierda (ninguno supera los 19 escaños) para gobernar un país donde el 43% de la población no votó.

Setenta años después de que Europa decidiera librarse de los nacionalismos y del comunismo, España es el único país europeo en donde estos movimientos proliferan enmascarados. Pablo Iglesias tiene ahora pelos en la lengua pero cuando hablaba alto afirmaba que era comunista. Aterra que los votantes de Podemos nieguen que tras esa marca se oculta un partido marxista-leninista con una cuidada indefinición de su identidad. Democracia parlamentaria y comunismo son formas de Estado mutuamente excluyentes, como afirman George Steiner y César Molinas. El primer gran error de Podemos fue hablar de eliminar a la casta política, cuando por definición toda casta es vertical, se transmite de generación en generación como la sociedad en India o en los linajes aristocráticos. Luego dijeron que lo que molaba era tomar el camino a Dinamarca, lo que presupone que desconocen que viajar a Dinamarca es muy caro: los daneses han empleado en llegar más del 50% de su PIB durante muchas décadas. Tampoco es casual que no sepan qué van a hacer con el déficit público. Ningún partido puede actuar desde un Gobierno sin pagar los intereses y devolver el principal. Otro de sus equívocos es su propia denominación, porque la expresión podemos no es un programa ideológico que defina a un partido político. ¿Qué es lo que podemos? Porque el "we can" de Obama se refería al programa electoral del Partido Demócrata y no el de un partido de extrema izquierda que usa esa palabra para servirse de los más desfavorecidos por la crisis, ocultando que su ideología está más a la izquierda que Syriza (acrónimo griego que significa "coalición de izquierda radical"). En el próximo Parlamento se sentarán 69 podemitas (muchos de ellos iletrados) detrás de esa identidad maquillada y organizada en torno a dos objetivos: fagocitar al PSOE (ya se ha merendado a los comunistas de Izquierda Unida) y fragmentar España.

Caso distinto es el de Ciudadanos, un partido cuya terminología sugiere la aspiración a representar los intereses de los ciudadanos, un concepto aupado por la Revolución Francesa y defendido por las grandes democracias occidentales. Las encuestas le daban más de 60 diputados pero Albert Rivera la fastidió con el soniquete de que no pactaría con nadie. Obtuvo 40 escaños y el mismo número de votos que perdió el PP, con el añadido de que por el efecto de la injusta Ley Electoral, si hubieran ido juntos se habría quedado a tan solo un escaño de la mayoría absoluta. Hacen falta otros 13 escaños para alcanzar la mayoría absoluta en un gobierno de consenso PP-Ciudadanos. Si la mitad de la bancada del PSOE está a favor del suicidio político, sólo se necesita que 13 socialistas auténticos voten de forma individual a favor de la cohesión nacional para trabajar junto a los 123 populares y 40 ciudadanos durante los próximos cuatro años e impulsar las reformas que España necesita. De lo contrario, el país tendrá el desgobierno que se merece. Buen día y hasta luego.