La verdad es que hay días en que me siento indolente para escribir o para caminar un ratito por mi parque Romano y estirar las piernas, porque me tira mucho la vida sedentaria, mi hogar, dulce hogar, introducirme en el mundo de mis pinturas, mis esculturas, mi cómodo sofá y mis estupendas lecturas que me alejan del otro mundo que se encuentra al otro lado de la verja de mi casa. Así es que esos días que me arrastran a la indolencia, los rechazo rápidamente tomando algo dulce, porque hace que mi persona funcione mejor que con energía eléctrica. Todos los humanos tenemos necesidad de comer algo dulce de vez en cuando porque, seamos sinceros, una apetecible barrita de chocolate, por ejemplo, es una vacuna efectiva contra el desánimo o la tristeza, porque me parece un concentrado de euforia que vigoriza y estimula como una abundancia de días soleados.

Y es que no sé qué tiene el azúcar que solamente sentirlo en el paladar se hace agua el cerebro, e incluso he leído y oído que tomándolo diariamente la nube de las depresiones se disipa y que se consigue otra forma más racional de encarar los problemas, o sea, que se reducen considerablemente cuando se pasea por nuestra sangre, sobre todo cuando no hay suficiente azúcar en ella. ¿Por qué entonces se prohíbe tan radicalmente este alimento tan eficaz, cuando realmente es una medicina beneficiosa para el organismo? Un poquito diario no hace daño, y por lo mismo hay que reducir el azúcar en los alimentos, vigilar la toma de bebidas azucaradas o tragarse cuatro o cinco cortados diarios con azúcar, hincharse a pasteles y un largo etcétera, pero del resto no hay que exagerar.

Tengo amigas que no desean saber nada de todo lo que sea dulce y prefieren tomar un café con leche, el café solo o el cortado más amargos que la retama, además de no entrar jamás en una dulcería ni comer postres por miedo a unos quilos de más y el temor a alguna enfermedad, influidas por un punto de vista escéptico hacia lo dulce que se les convierte en un angustioso drama. Pero digo yo que lo que se pierden las bobas, porque un poquito en la sangre y en el cerebro no sólo no es perjudicial sino que nos aviva el ánimo y esto no se paga ni con oro. Que tengan un buen día.

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