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Crónicas galantes

El arte del postureo

Quizá por instruir al chaval en los hábitos de la política, una diputada acudió ayer al Congreso con su bebé en edad de ser amamantado. Nada más lógico. El arte de la mamandurria es una habilidad que suele atribuirse a quienes desean hacer carrera en el Gobierno, previo paso por el Parlamento. Y eso sería lo que llevase adelantado el rapaz, al conocer de primera mano el ambiente.

El guiño al tendido electoral de Carolina Bescansa eclipsó los demás actos de constitución del nuevo Congreso, incluida la elección de su presidente. Su gesto, tan maternal y por tanto entrañable, desató la polémica en las redes sociales, que probablemente era de lo que se trataba.

Unos le reprocharon el uso del crío para llamar la atención del público, mientras otros celebraban el desenfado de la parlamentaria que de este modo habría puesto el foco sobre la necesidad de compaginar la familia con el trabajo. A esto último podría objetarse que cualquier diputado cuenta, entre otros privilegios, con el de una guardería a su disposición en el Congreso. Pero tanto da, en realidad.

Lo que revela este caso -como otros anteriores- es que la anécdota ha sustituido a los hechos supuestamente importantes como fundamento de la noticia. Conscientes de ello, los políticos más despabilados desvían la atención de los medios y del público hacia cuestiones secundarias tales que el uso del Metro para ir al despacho o los cambios más o menos imaginativos en la cabalgata de los Reyes Magos.

Inevitablemente, los papeles y los noticiarios de televisión abren polémicas sobre tan graves asuntos, lo que acaso permita a los gobernantes disimular su gestión en otros aspectos considerados hasta ahora como básicos. El manejo de los presupuestos, un suponer; o las medidas en materia de urbanismo, obras públicas, limpieza y por ahí.

Esa política tradicional -ahora reputada de "vieja"- ha dejado paso al postureo, palabra todavía no convalidada por la Real Academia que equivaldría aproximadamente a lo que antes se conocía como pose. Más que gobernar o proponer acciones de gobierno, lo que importa es posar ante las cámaras, ya sea subiendo al Metro, ya haciéndose acompañar por un bebé en la sesión inaugural del Congreso.

Es así como el postureo empieza a constituir la base de la acción política, especialmente en los partidos que se estrenan en el hemiciclo -o hemicirco- del Parlamento. La idea consiste en hacer algún gesto lo bastante inusual como para que despierte la atención del público y abra los telediarios, además de dar pretexto a miles de memes y tuits en internet.

Más allá de la pose apenas hay nada, pero tampoco hace falta. Se diría que esto es la apacible Suiza y no un país sin gobierno estable -ni perspectivas de tenerlo- que además se enfrenta al proceso de secesión de una parte de su territorio. Los más picajosos pensarán, tal vez, que esas son cuestiones de mayor enjundia que la anécdota de una diputada con niño incorporado en su primera comparecencia ante el Congreso; pero ya se ve que no.

Este es a fin de cuentas el país en el que alguna folclórica cobraba distinta tarifa por salir con o sin niño al escenario, según cuentan las revistas del colorín. Ninguna razón hay para que ese folclore -tan racial- deje de aplicarse a los más severos asuntos de la política. Ya lo dijo en célebre frase el teatrero Eduardo Marquina: "España y yo somos así, señora".

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