No sé por qué se deben rechazar las metáforas que nos ofrece la realidad. Borges dijo una vez (o muchas) que las mejores metáforas, aquellas que comprendemos y aceptamos como algo íntimo y a la vez compartido, son las obvias: el tiempo y el río, la vida y el sueño, el cabello de la amada y el oro. Ayer, en el nuevo Congreso de los Diputados, dominaron dos metáforas. Una de ellas la ofrecía un diputado que, elegido en las listas del PP, se había marchado al grupo mixto, y allá arriba, en lo alto del hemiciclo, procuraba esconderse tras una columna. El tipo se apellida Gómez de la Serna -como el pobre Ramón, gran creador de metáforas deslumbrantes- y está investigado por la Fiscalía por trapichear con su escaño y sus relaciones políticas a favor de empresarios emprendedores por un módico porcentaje. Este falso Gómez de la Serna -el auténtico, por supuesto, es el inventor de las greguerías- no es otra cosa que las campanillas de leproso del Partido Popular. Llegas al nuevo Congreso, después de haber perdido millones de votos y decenas de escaños, pero con la sonrisa puesta, la decidida voluntad de diálogo, el patriotismo constructivo por sobre todas las cosas, el desdén por los viscosos egoísmos y personalismos ajenos, y de repente suenan las campanillas, Gómez de la Serna triscando por los pasillos, saludando a un compañero, moviendo los pies, como un perrillo nervioso en el escaño que usurpa, y ese discurso, el penúltimo antes del naufragio definitivo, el apurado discurso de la dignidad de un ganador derrotado pero fiel a sus principios, en fin, es infectado por un incontrolable olor a podrido que recuerda instantáneamente los últimos años: el reparto de sobres, la trama Gürtel, los tesoreros enchironados, el nepotismo vomitivo, la prostitución de las instituciones, el capitalismo de amiguetes.

La otra metáfora, por supuesto, es la de Carolina Bescansa con su bebé. Yo creo -aunque solo sea una suposición- que el bebé metaforiza al elector más entusiasta de Podemos. Los que gritaban ayer en las inmediaciones de la Cámara Baja que estos sí nos representan, haciendo gala, por enésima vez, de su satisfecho analfabetismo político: todos y cada uno de los diputados representan al pueblo, a los electores y, en suma, al conjunto de los ciudadanos. Los que se tragan que un acuerdo como el trazado para constituir la Mesa del Congreso de los Diputados podría obviar que el PP fue la fuerza más votada y reducirla a la mínima representación "para que exista una mayoría de izquierdas", aunque sea a costa de un sórdido filibusterismo parlamentario. Los que se creen que la Mesa del Congreso puede impedir que se presenten o aprueben proyectos legislativos. Los que en definitiva están felizmente resignados a que Pablo Iglesias los acune, les suelte unas carantoñas, se enfade mucho, pero mucho, si el PSOE no le hace caso y, al final, te regala la piruleta de una frase inmortal para usar y tirar. Por ejemplo, "estos sí nos representan".