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Cine 'La chica danesa'

Cambio de sexo

Desde que descubrí a Eddie Redmayne, hace casi veinte años, en la fascinante y extraña Savage Grace de Tom Kalin, donde el joven actor británico exhibía ya un grado de ambigüedad sexual que ahora sabemos que no pasó desapercibido, me dije que no había que perderle la pista, juicio ratificado después con Mi semana con Marilyn y La teoría del todo, e incrementado de un modo insospechado con su última película, La chica danesa, dirigida por Tom Hooper, otrora director de las estéticamente impecables Los miserables y El discurso del rey.

Enfrentarse a un personaje como Einar Weneger (1882-1931), un pintor danés que abandonó la pintura para dedicarse a posar como modelo para su mujer, convirtiéndose en su principal modelo femenina, y posteriormente someterse a un cambio de sexo, adoptando el nombre de Lili Elbe, implica primero tenerlos, con perdón, bien puestos. Redmayne muestra una extraordinaria conexión con su personaje, como si, de algún modo, estuviese contando su propia extrañeza en su recién adquirido estatus de estrella.

Ni que decir tiene que Redmayne, y su compañera de reparto Alicia Vikander, son los principales alicientes de La chica danesa, película que responde, entre otras cosas, a la pregunta de cómo influye en las personas la estadía en un cuerpo extraño; de cómo una forma de ser choca con otras; de cómo los sencillos actos de ponerse un vestido, pasear por un parque o entrar en un salón de baile pueden convertirse en los detonantes que hacen estallar un estado de angustia existencial.

La película de Hooper, basada en la novela homónima de David Ebershoff (hay edición española en Anagrama, 2ª edición 2016), hace pensar en la idea del escritor y filósofo rumano Cioran a propósito de una penosa visión de la sexualidad humana, "una visión que sería la más desesperada posible: el sentimiento de haber invertido todo en algo que no merece la pena; la sexualidad es una inmensa impostura, una gigantesca mentira que se renueva invariablemente". No por casualidad, La chica danesa es, también, la romántica, mórbida historia de una amor imposible.

La película gana enteros, desde luego, cuando apuesta por la sutileza y la contención, por encima de cuando se hace demasiado discursiva. El uso de las miradas, los gestos y los silencios que hace Hooper es notablemente más eficaz (lo que no deja de ser irónico en un director que ha adaptado a la pantalla Los miserables de Victor Hugo) que sus propios diálogos. Por eso mismo se agradece que la labor del director de fotografía, Danny Cohen, opte también por una fotografía de tonos suaves y tenues, amenizada con la música del compositor francés Alexandre Desplat.

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