La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Perspectiva

Y tú ¿de quién eres?

Y tú ¿de quién eres?" - preguntó la señora al niño que jugaba con su hijo frente a su casa. "Soy hijo de Ramón y Candelaria" - respondió él rápidamente mientras se colocaba en posición para dar el siguiente y probablemente definitivo toque a su viejo boliche.

Con esa información, la señora podía situar mentalmente al niño dentro de una familia concreta, con sus costumbres, anécdotas e historias bien conocidas por el vecindario, casi como si le pusiera al niño un código de barras que recogiera su origen, su condición, su trayectoria familiar e incluso sus expectativas. Sencillo.

Pero este ejercicio puede entrañar serias consecuencias en nuestros actos cotidianos y podemos verlo en un tema de rabiosa actualidad: ¿Cuántos de nosotros hemos discutido en estos últimos meses sobre la política española? Seguramente, algunos lo habremos hecho hasta la saciedad.

Conviene analizar lo que queremos decir cuando decimos "yo soy de tal partido". ¿Nos referimos a que somos de la misma opinión que el partido o nos referimos a que la ideología que defiende ese partido forma parte de nuestra naturaleza?

Si respondemos que somos de la misma opinión, ¿cuántos de nosotros hemos leído el programa de ese partido para poder sustentar esa afirmación? Y sobre todo y lo más interesante para mí, ¿cuántos hemos cambiado de opinión en los últimos años?

Si la vida es movimiento, si las circunstancias cambian constantemente, si Internet ha revolucionado la forma en que nos comunicamos, nos informamos o vemos el mundo, tiene su lógica pensar que en algo podríamos haber modificado nuestra opinión sobre dicho partido político o su ideario. Cabe pensar que en alguna cuestión yo podría reconocer que mi partido no ha estado acertado, que se ha equivocado y que otro partido ha enfocado mejor esa cuestión. ¿Ocurre esto con frecuencia? Yo diría que no.

Si por el contrario, respondemos que esa es nuestra ideología y sentimos que esa ideología forma parte de nuestra naturaleza, de nuestro ADN, de nuestra manera de ser, establecemos una conexión emocional profunda con ella.

Así que cuando alguien nos lleve la contraria y defienda otra postura, nos sentiremos atacados y algo dentro de nosotros dará la voz de alarma y nos pondrá en guardia, nos avisará de que hay que defender lo que somos, las creencias que nos hacen ser como somos.

Y sin darnos casi cuenta nuestra actitud podría orientarnos a defendernos y a atacar al otro y nuestra conversación podría derivar en la típica discusión, el enrocamiento de posturas, el tan manido "y tú más", y el apasionamiento desmedido. En el mejor de los casos escucharíamos una voz amiga que nos advierte: prohibido hablar de política, religión o fútbol en la mesa (sin nombrar la modalidad "política en el fútbol" apto para los amantes del riesgo).

Las personas nos identificamos continuamente con opiniones, idearios, historias, métodos, comportamientos, etc. Esta idea que tenemos de quiénes somos, nos despierta unas emociones concretas y estas emociones nos impulsan a actuar de una manera determinada.

Continuamente y de modo inconsciente nos etiquetamos y nos limitamos a una idea, a nuestra opinión sobre lo que es o debería de ser.

Oímos hablar continuamente de la "altura de miras", de que hay que tener altura de miras para lograr mejoras, acuerdos o bene-ficios.

En mi opinión, tener altura de miras significa mirar por encima de nuestras opiniones y creencias, de lo que nos limita, de lo que ya conocemos. Significa salir de nuestro campo y jugar en campo de nadie, significa enfrentarnos a revisar nuestras ideas, nuestras creencias, adaptarlas a las nuevas circunstancias, escuchar a los otros, aprender, enfrentarnos a nuestros límites y descubrir nuestro potencial, aquello que no sabíamos de nosotros mismos y que de pronto se manifiesta y nos sorprende. Significa adoptar una actitud humilde, curiosa y respetuosa.

Tener altura de miras significa aportar a la inteligencia colectiva y en todos los ámbitos de nuestra vida, en todas nuestras relaciones. La inteligencia colectiva requiere un espacio donde revisar lo viejo y valorar lo nuevo. Requiere un acuerdo firme y sincero con nosotros y con los otros donde establecer nuevos hábitos que nos permitan elevarnos más allá de nuestros límites. Requiere de una gran honestidad con nosotros mismos.

Establezcamos un espacio de inteligencia colectiva en nuestras empresas, organizaciones, clubes y comunidad. Revisemos lo que creemos que somos, lo que nos ha hecho grandes, lo que nos ha funcionado y lo que no, nuestros propósitos, nuestros métodos, nuestros patrones de conducta, nuestra manera de relacionarnos.

Revisar desde la honestidad nos permite desarrollar la autocrítica y la crítica constructiva, nos permite reconocer errores para poder corregirlos y no hay nada que inspire más confianza que alguien que reconoce un error, aprende de él y llega a mejores soluciones.

Sintamos el orgullo de nuestros colores, nuestra bandera, nuestro clima, la riqueza de nuestros paisajes, nuestra cultura, pero que no nos ciegue el orgullo de lo que creemos que somos. No nos limitemos y abramos los ojos a lo que está ocurriendo hoy. Como comunidad, revisemos nuestro modelo económico, nuestras fuentes de ingreso, nuestras relaciones con nuestro entorno, con nuestra cultura, nuestra proyección nacional e internacional, nuestros éxitos y fracasos en la educación de nuestros jóvenes y nuestro modelo social.

Como individuos, revisemos nuestra aportación a las empresas, organismos públicos, familias y organizaciones con las que actuamos. Como comunidad, creemos en Canarias espacios donde crezca la inteligencia social.

(*) Coach y miembro de Foro Catpe Tránsito Gran Canaria hacia la Sociedad del Conocimiento

Compartir el artículo

stats