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Análisis Drama en tres actos

España busca gobierno

No sabremos hasta el final si habrá elecciones o gobierno de reformas o progresista

A punto de cumplir el primer mes desde las elecciones del 20 de diciembre, la situación política aparece tan complicada que nadie se atreve a aventurar quien gobernará España en los próximos meses. Estamos ante un drama en tres actos de puro teatro político, que se desarrolla de acuerdo con las reglas del teatro de siempre: exposición, nudo y desenlace.

Esta última semana, se ha cerrado el primer acto con la elección de los órganos de gobierno del Congreso y Senado. Hemos asistido a la exposición del problema, la razón del conflicto y las características de los personajes del drama que dicen buscar el objetivo de gobernar mejor España. Una vez que ha bajado el telón del primer acto, se pueden extraer algunas enseñanzas, que ofrecen pistas de cómo transcurrirá el resto de la obra. Se ha producido un hecho significativo: por primera vez, el nuevo presidente del Congreso, el socialista Patxi López, no pertenece al partido que cuenta con el mayor número de escaños. Eso sí, el conjunto de la Mesa se ha repartido en proporción al número de diputados: tres del PP; dos, PSOE; dos, Podemos; y dos, Ciudadanos. Esta distribución fue aceptada por todos, a excepción de Podemos, que exigió el derecho a constituir cuatro grupos parlamentarios, el general y otros especiales para Cataluña, Galicia y Comunidad Valenciana, en donde se había presentado con partidos asociados de estas comunidades.

El problema está en que el actual reglamento del Congreso rechaza esta posibilidad. Es verdad que en otras ocasiones se ha flexibilizado la interpretación de los artículos del reglamento. Para eso bastó que lo aprobara la Mesa por mayoría. Pero esta vez los restantes partidos no aceptaron la exigencia de Podemos, porque entendían que suponía darle un poder parlamentario a un grupo que los demás no tenían. El caso es que Podemos se indignó y hasta amenazó, pero como no tenía fuerza para imponer su razón, perdió. Lo que aprovechó el grupo Popular para difuminar su derrota de perder la Presidencia y conseguir, a cambio, una aparente victoria con tres representantes en la Mesa.

Al final, ha habido dos ganadores y dos perdedores. Lo que marca bastante el principio de una legislatura que todos prevén corta. El PSOE es uno de los ganadores, gana la presidencia del Congreso y visualiza la posibilidad de alcanzar la presidencia del Gobierno. Ciudadanos, con dos representantes en la Mesa, se convierte en el árbitro. Tiene la llave que decide: en unas ocasiones votará con los tres a su derecha y en otra con los cuatro a su izquierda. Por el lado de los perdedores, el PP aprende una dura lección, que se resiste a aprender: en política decide la relación de fuerzas real en cada momento. Y la fuerza de cada uno es la propia, más la suma de otras que hay que saber unir por medio de alianzas y acuerdos. Y el otro que perdió, Podemos, también debe aprender su lección: solo se puede pedir lo que tu fuerza real te permite exigir.

Segundo acto: el nudo

Mientras el telón sube lentamente y se inicia el segundo acto, los grupos parlamentarios empiezan a constituirse y a nombrar los portavoces a los que la semana próxima consultará el rey. A continuación, Felipe VI ofrecerá el candidato a la presidencia del Gobierno. Evidentemente, para esta primera investidura el candidato será Rajoy, que ofrecerá su programa de gobierno al Parlamento en los primeros días de febrero. Aún quedan unos días que aprovecharán a fondo todos los portavoces del Partido Popular, incluido el propio Rajoy, para tratar de convencer a todos los grupos parlamentarios, en especial los socialistas, para que "sean sensatos y responsables". A Sánchez, para que no se deje arrastrar "por sus ambiciones personales" y ponga por delante el interés de España.

Cuando Rajoy se ha visto cerca del precipicio, le ha dado una enorme prisa por concretar su propuesta: un Gobierno a tres, de amplia mayoría, "para acometer las grandes reformas que necesita urgentemente España". Llama la atención, hasta sorprende, la insistencia en la urgencia. A Rajoy lo encontramos de pronto abrazando con entusiasmo de lo que ha renegado estos cuatro años. Propone una nueva reforma educativa, quiere rectificar la reforma laboral, ha descubierto la necesidad de una amplia agenda social y ofrece un amplio programa de lucha contra la corrupción, una división más eficaz de poderes y la reforma política. Y, por último, lo más sorprendente: la reforma territorial que implica la reforma constitucional.

El Partido Popular ha abandonado, sin explicar por qué, la posición defensiva de "resistir y no cambiar" para pasarse a la de "casi todo debe cambiar lo antes posible". Hasta García Margallo nos ha mostrado, triunfante, las tapas de un proyecto de reforma constitucional que, según él, tenía guardado en el cajón de su despacho en el Ministerio de Asuntos Exteriores. En cualquier caso, mejor así: empieza a romperse el bloqueo que ha sufrido la política española en los últimos años. Y a crearse una especie de gran consenso, que comparten todos los partidos, en considerar que España ha entrado en el tiempo de las grandes reformas.

Hay que reconocer que el nuevo discurso del PP suena mejor que el de antes, pero no sé si llega demasiado tarde. Se presentaron a las elecciones generales con una única propuesta: austeridad, consolidación fiscal y reformas estructurales. El PP estaba convencido que esa receta era suficiente para la recuperación económica y la creación de empleo. Y, a partir de ahí, empezarían a resolverse los restantes problemas políticos y sociales. El resultado fue que el PP obtuvo el 28% de los votos y 123 diputados de los 350. El resto de los partidos, que se pronunciaron en contra de las políticas de austeridad radical, sin sensibilidad social ni reformas democráticas, obtuvieron los restantes votos y diputados.

Por eso, la investidura de Rajoy como presidente del Gobierno se encontrará, previsiblemente, con el voto en contra de casi todos los grupos parlamentarios, menos el suyo. Creo que esto lo prevé el propio Rajoy y a no ser que los catalanes hagan una de las suyas, su investidura será derrotada. Pero Rajoy la aprovechará para presentar su programa para las próximas elecciones, que ve casi inevitables. Para poner en un brete a Ciudadanos. Desgastar a Sánchez y enfrentarlo aún más a Susana Díaz. Dramatizar todo lo que pueda el peligro catalán y agravar el conflicto entre socialistas y Podemos.

Tercer acto: el desenlace

El tercer acto del drama empezará con la investidura de Sánchez, avanzado ya el mes de febrero. El líder socialista presentará también su programa de grandes reformas; "pero reformas de verdad", dirá. Ofrecerá la reforma política y la lucha contra la corrupción a Ciudadanos, propuesta que éstos ven con buenos ojos. Ofertará al PNC, Coalición Canaria y a los partidos catalanes, la reforma de la Constitución con especial consideración de los tres hechos singulares: Cataluña, Euskadi y Canarias. Buscará el apoyo de los nacionalistas moderados y la abstención de los radicales, en lo que ya está trabajando. Advirtiendo, sobre todo a los independentistas catalanes, que si inician la ruptura con el Estado, le hacen un enorme favor a Rajoy.

Por último, buscará desesperadamente el apoyo de Podemos para una coalición de gobierno o, al menos, una abstención. En ese momento, Iglesias va a vivir el mismo dilema dramático que vivió Sánchez en la constitución de la Mesa del Congreso. Iglesias se verá obligado a elegir entre apoyar un gobierno socialista o forzar elecciones, lo que significaría que tendría que votar junto a los diputados del PP. Tiene que optar por desarrollar una amplia ley de emergencia social, pactada con los socialistas, o lanzarse a la aventura incierta de unas nuevas elecciones. Iglesias tiene que elegir entre ser Tsipras, el griego realista, o Varufakis, el atractivo idealista. Ada Colau ya ha elegido: le gusta Varufakis. A Errejón le gusta más Tsipras, la política "de un paso atrás y dos adelante". Pronto sabremos quién le gusta a Iglesias.

Por tanto: ¿elecciones, gobierno progresista o gobierno de reformas? No se sabe, el desenlace del drama a estas alturas nadie lo conoce. Como en las grandes novelas y las buenas películas de suspense, conviene no enterarse hasta el final. Pero sí conviene saber, cuál es el buen final. Y cuál el malo. Los economistas dicen: "La economía exige un gobierno estable lo antes posible". Otros opinamos: "Tarden lo que tarden, un mes o seis, lo que verdaderamente importa es lograr un gobierno sólido que sepa afrontar de verdad las grandes reformas de fondo que necesita la democracia española".

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