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Ida y vuelta

La falta de gobierno, los refugiados y Cataluña

Comienza el nuevo año con un redoble de ansiedades. No fue buena la noche del 31 de diciembre en varias ciudades alemanas y de otros países europeos, en la medida en que acciones en apariencia premeditadas por numerosos grupos de hombres confluyeron en ataques a grupos de mujeres, robos, acosos y agresiones sexuales. Más de 500 denuncias, sobre todo en Colonia, pero también en otros lugares, en acciones aparentemente ejecutadas por varones norteafricanos y del mundo árabe, inmigrantes y refugiados, que en docenas de casos ya comprobados son solicitantes de asilo en el país. Lo peor es que estos hechos lamentables influyen sobre la opinión pública y existen movimientos de extrema derecha dispuestos a dificultar la entrada de personas procedentes de los conflictos abiertos en tantos rincones del mundo. Todo esto en un momento en el que el mundo en que vivimos no puede ni debe activar una cultura segregacionista, porque la interdependencia y la solidaridad se han de abrir paso, a pesar de todos estos acontecimientos. El mundo se ha hecho pequeño, la aldea global exige construir una cultura y un humanismo con valores universales, con conciencia de la interconexión, más allá de la segregación que aportan las religiones y sus valores añadidos, las tradiciones, los estilos de vida. Los desafíos de la convivencia son grandes, de la misma forma que el deterioro del planeta en el que vivimos exige acciones concertadas a fin de salvar el desastre climático.

En cada país, en la conciencia de cada uno de los ciudadanos, deberían disiparse los prejuicios y las exclusiones. No es el tiempo de construir más Muros de la Vergüenza, ni de formular declaraciones unilaterales de independencia, ni de armar más fronteras. No existe otra manera de encarar el futuro sino construyendo vías de diálogo, puentes que estimulen la comprensión mutua y recíproca entre las comunidades. El espíritu de unidad aleja el germen de discordia, destruye el afán de los grupos xenófobos y racistas que empiezan a proliferar en media Europa, dentro y fuera de la Unión Europea. En la propia Alemania existe un partido populista denominado Alternativa para Alemania y también se hace notar el movimiento Pegida, que intenta conformar un frente contra los inmigrantes de cultura islámica. Si bien hasta ahora los más de cinco millones de turcos han subsistido allí bien integrados en el aparato laboral y social, nadie puede predecir que se construya un ambiente incendiario.

Si, además de esto, nuestro futuro político sigue estando en el aire aunque ha sido buena señal el acuerdo para constituir el Congreso de los Diputados, si también cae la bolsa china y el nuevo año abre incógnitas en el comportamiento de la economía, si además en Cataluña arman a un nuevo presidente de la Generalitat dispuesto a llegar hasta el final en el proceso de ruptura, estamos ante caminos de difícil salida que exigen esfuerzos redoblados, afán de consenso, altruismo y capacidad de negociación por parte de unos y otros. No en vano la banca se ha pronunciado en varias ocasiones acerca de lo que el proceso independentista puede suponer para las propias entidades, que trasladarían sus sedes centrales fuera de Cataluña, del mismo modo que el editor de Planeta advirtió que haría lo mismo si es declarada la independencia unilateralmente. Está claro que en países fuertes con democracias consolidadas los nacionalismos se han disuelto igual que un azucarillo en un café; es el caso de Francia, Alemania e Italia, país este último donde la Padania norteña pretendía también algo así como una declaración de independencia de la región más desarrollada del país, que no quiere verse "robada" por el sur pobre y desprotegido. Francia es un país tan centralista que apenas considera de valor sus idiomas regionales, al cruzar la frontera catalana ya te das cuenta de que todas las señales y las indicaciones comerciales están en francés. Caso aparte es el del Reino Unido, donde en Escocia existe una línea secesionista que ya fue capaz de obtener un referéndum y que amenaza con repetir la operación cuantas veces sean precisas. Bélgica, que es un país dividido en dos con idiomas, culturas y religiones completamente diferentes, sobrevive con gobiernos que saben ejecutar bien eso de las coaliciones.

Es posible que lo sucedido en Cataluña haya sido una puesta en escena premeditada con mucha antelación. Esto de esperar al último minuto para dimitir y traer a un líder de refresco que es todavía más extremista y entusiasta que Artur Mas parece una maniobra teatral sabiamente urdida. Hay quienes piensan ya que con respecto al gobierno que se ha de articular en La Moncloa podría suceder algo similar; muchos regateos previos, muchas disquisiciones, mucho hablar de líneas rojas que nunca se habrían de cruzar, para que al final salga adelante lo que quiere la mayoría, es decir, un gobierno estable, serio y con capacidad para encarar las reformas que están en el ambiente. Empezando por la propia actualización de la Constitución, que necesita un lavado de cara y ojalá que algún día alguien sea capaz de meter la tijera en una institución tan costosa, inoperante y refugio de mediocres rebotados de la política como es el abultado Senado. Sin olvidar el asunto catalán, porque, ¿aparte de que el presidente del gobierno en funciones insista una y otra vez en que la desconexión anunciada desde la Generalitat no será posible, hay alguna iniciativa, algún asomo de negociación, alguna propuesta de enfriar el ánimo belicista del nuevo cruzado Puigdemont, capaz de tirarse al monte en cualquier momento?

Recordemos que la economía es la base de los conflictos políticos. Y todo este impulso de Artur Mas comenzó cuando reclamó a Rajoy que Cataluña disfrutase del mismo fuero económico que el País Vasco, por aquel entonces los independentistas eran un 10 o un 15 por ciento de la población, mientras que ahora son casi la mitad del electorado. En los últimos treinta años el independentismo ha estado presente pues Convergencia i Unió siempre tuvo unas juventudes muy activas que organizaban pitadas a Juan Carlos en las olimpiadas de Barcelona, llenaban las paredes con aquello de España nos roba, y todo ello con el adoctrinamiento intensivo del profesorado en los centros de enseñanza. En la provincia de Girona hace mucho que si hablas en castellano nadie quiere contestarte sino en catalán. Así están las cosas.

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