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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Vuelven los piojos

Ya decían los fascistas que con los rojos hambre y piojos, y debe ser que a Celia Villalobos se le quedó grabada la apología. La testa 'bobmarlyana' del diputado canario de Podemos Alberto Rodríguez le llenó la cabeza de picores y bramó por la limpieza y el decoro en el Congreso de los Diputados, dedicado con el estreno de la legislatura a la revisión de estéticas y al cumplimiento del saber estar, esa cosa tan de señoritas y señoritos de casino de ancha es Castilla. Yo le recomiendo a la diputada del PP que se aplique la leyenda de la joyería Tiffanys, que no discrimina por aquello de los billetes que pudiese llevar en la cartera cualquiera que ose plantarse ante sus mostradores sea cuál sea su look. Aquí no es un caso monetario, pero sustituyamos la billetera por el respeto a las ideas que están bajo la indumentaria y aliño que tanto rechazo le provoca a la señora de la derechona. Y lo del piojo, claro está, no es por decir.

El aparato propagandístico de Iglesias y Errejón reconoce que se ha pasado un huevo con la puesta en escena que ha hecho en San Jerónimo, donde el postureo de Bescansa con su bebé (besuqueado por todos) ha sido como un vampiro que se ha llevado por delante el contenido, el meollo de la aparición de la nueva izquierda en el Hemiciclo, acontecimiento de envergadura por sí solo. Pero el PP también ha querido hacer su vendimia, y como es natural no vamos a esperar de los populares una autocrítica o limpieza de lengua. Cada uno tiene en su mochila de atrocidades y bendiciones material suficiente para inflamar o para apaciguar: el piojo, bicho terrorífico, emerge de nuevo desde las profundidades más miserables y míseras del descampado nacional. Sienten a Villalobos en el diván y lo comprobarán. "Me da igual que lleven rastas, pero que las lleven limpias para que no peguen piojos", propinó a bocajarro.

Este parásito, como ya dije, hizo su particular fortuna entre las carencias sociales, ya fuese en la Guerra Civil, tras ella, e incluso antes, durante regencias y monarquías donde los pudientes se desmarcaban como alma que lleva al diablo de arrabales de fango y desperdicios en los que brillaba el piojo, causante hasta de una variante del tifus. La culpa de que uno se dedique a escribir de cosas tan desagradables la tiene Villalobos, pero es necesario contextualizar la dialéctica canalla. Pobres y necesitados, me cuentan, se bañaban en los cincuenta con petróleo y vinagre para acabar con la plaga, que si venía a caer en casa de posibles por causa de algún desgraciado del servicio doméstico se escondía y se ocultaba pues venía a ser signo de falta de higiene, de descrédito en una sociedad clasista. ¿Por qué ha restaurado ahora Villalobos un pasado tan desdichado? De ahí que insista en Freud o en Lacan.

Esperemos que esto no pase a mayores. Yo voy a estar atento para el capítulo II: siempre que se habla de piojos (me pasa mientras escribo y le ocurrirá al lector) empieza a picar la cabeza una barbaridad. No es de justicia que Patxi López tenga que adjudicarse una nueva función como presidente de la Cámara: solicitar encarecidamente a sus señorías que no se rasquen tanto la cabeza. Nombrar a esta bárbaro del cuero cabelludo también tiene su rincón en el siglo XXI, dado que el innombrable, lejos de marchar al cementerio de los insectos, ha mutado para adaptarse a los fármacos más virulentos. De hecho, en muchos colegios, de pago, privado o concertado, no hay distinción, recurren a la circular interna para advertir del retorno del monstruo. La intromisión de la plaga se mantiene en secreto. Los afectados recurren a la sabiduría de las abuelas de posguerra para freír a las liendres, para salvar las cabezas de sus infantes de tamaña porquería. Ellas, asombradas, exclaman aterrorizadas: ¡Pero todavía hay piojos! Vean, pues, lo que conlleva el eructo de Villalobos.

El diputado Alberto Rodríguez, que luce las rastas, ha contestado muy bien: "descubrimos [miércoles, día del follón] de qué pasta está hecha esta gente". ¿Pasta? No la italiana, sino más bien el concentrado que de tanto frotarse entre sí y con lo de afuera acaba por convertirse en un engrudo que define a la persona, que la significa ante los otros. Uno espera de la fecha de arranque de la legislatura alcanzar la percepción de que hay muchas ganas de trabajar, de legislar y de gestionar. Lo que no se espera de todas todas es un divertimento con los piojos. Es para echarse a temblar a la vista de las ganas que hay de encabronar al vecino de escaño, de echar azufre, de levantar estereotipos, de apurar el estigma? ¿Qué será lo próximo? Villalobos debería darse cuenta que todos los representantes electos merecen el respeto que les da su condición institucional, la soberanía del pueblo, la sustancia de la democracia. Está por ver si vamos a poder soportar la pasta que se nos echa encima.

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