Desde que en el Teatro de Dionisos, el mayor de la antigua Grecia, situado en la Acrópolis de Atenas, Sófocles representó Antígona el 442 antes de Cristo, se han visto todo tipo de versiones sobre el enfrentamiento entre la protagonista homónima y su tío, el tiránico rey de Tebas, Creonte. Enumerar los dramas y óperas que se han realizado a partir de esta obra sería interminable. Pero que recuerde es la primera vez que veo a Creonte interpretado por una mujer.
Sin embargo es aún más innovador lo que hace Miguel del Arco es esta versión libre, ya que al exonerar al rey tebano de ser el malvado de la tragedia y tratando de comprenderlo, cuando no justificarlo, se consigue que Antígona no sea, a pesar de su título, la tragedia de la hija de Edipo, sino a su vez la de su tío. La ausencia de visiones maniqueas en una obra, ya sea teatral o cinematográfica, es un signo evidente de que se trata de una creación que ha alcanzado una revisión en cierto modo necesaria, aunque hayan tenido que pasar veinticuatro siglos, pero a todo esto me pregunto ¿Era necesario convertir a Creonte en una mujer para lograrlo? ¿Acaso si el personaje hubiera conservado el mismo género que el original hubiera sido menos tierno?
Los actores han sabido hacer su trabajo, pero lo más gracioso ha sido ver a Cristóbal Suárez interpretando a un Tiresias que parecía una mezcla entre Iggy Pop y la médium farsante Anne Germain del programa de televisión Más allá de la vida.
Es cierto que cuando Sófocles convirtió la tradición oral sobre Antígona en una obra teatral la rehízo, tomándose muchas libertades, y es muy posible que Eurípides hiciera lo mismo con su tragedia, perdida en su mayor parte, pero dejando la originalidad y la innovación aparte, la visión de un tío y sobrina que se enfrentan resultando que ambos tiene razón o parecen tenerla es lo mejor que el proyecto Teatro de la Ciudad ha aportado a los tres clásicos que ha versionado.
