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Crónicas galantes

El protocolo y sus trampas

En obediencia al protocolo, el rey va a recibir a los líderes de los partidos y, entre ellos, a los de los nuevos grupos asamblearios que han hecho de la ropa informal su uniforme de trabajo. Tanto para la monarquía como para los antisistema, esta va a ser toda una prueba de fuego.

Si Felipe VI les perdona la habitual etiqueta a Pablo Iglesias y a los líderes de sus sucursales en Galicia, Valencia y Cataluña, nada impedirá que, en adelante, cualquier ciudadano se vista como le pete cuando lo llamen a La Zarzuela.

Si, por el contrario, los dirigentes anticapitalistas sucumben a las exigencias de atuendo en palacio, es probable que sus seguidores les reprochen esa concesión al monarca. Y, por supuesto, resultaría del todo improcedente que acudiesen al Congreso -sede del poder del pueblo- vestidos de manera menos respetuosa que ante el rey.

Se trata de un dilema tan endemoniado como cualquier otro. Pablo Iglesias ha mantenido hasta ahora su look de progre vagamente setentero en todas las ceremonias a las que asistió por razón de su cargo. Las cámaras lo fotografiaron en vaqueros durante su visita al presidente del Gobierno en La Moncloa, por ejemplo. Y tanto él como la mayoría de sus diputados acudieron a la sesión inaugural del Congreso en ropa de calle, con la idea de que así introducían un aire de normalidad callejera en el severo ámbito de la soberanía del Estado.

Probablemente estemos ante un malentendido. Los británicos, que alguna experiencia tienen en estas cuestiones de democracia y vestimenta, suelen apreciar el valor de las buenas maneras e incluso el de la pompa adecuada para cada circunstancia. Pomp and Circumstance se titula precisamente la marcha patriótica compuesta para la coronación de Eduardo VII, en la que se cantan las glorias de la libertad y del país que es "madre de la gente libre". Una cosa no quita la otra.

Es así como en la apertura del Parlamento, la reina lee el discurso que le escribe el gobierno de turno sin saltarse una sola línea del guion. Lo mismo anuncia medidas socialmente avanzadas cuando el que gobierna es el Partido Laborista que decisiones a favor del libre mercado si son los conservadores quienes mandan en la Cámara de los Comunes. Impertérrita y amueblada de armiños y joyas como una reina de la baraja, Isabel II da cuenta del recado ante una audiencia parlamentaria en la que sería inimaginable la vestimenta informal o la mera ausencia de corbatas.

Allá por las islas del canal parecen haber comprendido que la única manera de sostener una forma de Estado irracional como la monarquía consiste precisamente en acentuar sus rasgos más anacrónicos, incluyendo la corona, los mantos de armiño y las carrozas de cuento de hadas atendidas por lacayos. Aunque parezca contradictorio, la exhibición de los privilegios es la vía más idónea para conservarlos.

No lo entendió así la dinastía reinante en España al optar por una fórmula de monarquía más bien campechana con la intención de acercarse al pueblo. Ahora que los líderes emergentes coinciden con ellos en esa pasión por el populismo, los reyes afrontan el dilema de recibir a Iglesias y sus colegas vestidos con ropa de diario o exigirles que se atengan al protocolo vigente para todo el mundo.

Hagan lo que hagan, lo único seguro es que tanto ellos como sus visitantes antisistema van a pasar un mal trago. Gajes de la gente que quiere ser guay a toda costa.

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