Cuando viajamos, tenemos algo de necrófilos y nos atrae visitar mausoleos, tumbas, sepulcros, pirámides, catacumbas, salas de museo con momias o sarcófagos, beatos/as de cuerpo incorrupto, incluso vamos a cementerios para ver dónde están los restos de un gran escritor o figuras más pop como Jim Morrison, fallecido con tan sólo 28 años: "La muerte hace ángeles de todos nosotros y nos da alas donde antes teníamos sólo hombros... suaves como garras de cuervo".

Toda una larga retahíla de epitafios apócrifos como "Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver?" que no fue de James Dean, ni tampoco figura en la lápida de Groucho Marx eso de "Perdone que no me levante?" Pero es que la muerte es fuente de inspiración inexorable. Es lo más certero de la vida. Y el turista no deja de sentir cierta atracción por las distintas manifestaciones de la muerte en los rincones del planeta. Desde una pirámide hasta una cueva llena de cráneos con inscripciones góticas (Hallstatt, en Austria). Y es que el turismo tiene algo de ciencia forense, de descubrir las causas de la hegemonía, la decadencia, el placer y la destrucción de las culturas del planeta.

En Gran Canaria no nos quedamos atrás con esa propuesta temática de experiencias diferentes. Los restos mortuorios que se localizan en distintos puntos de la Isla pudieron producirse de forma espontánea y ocasional: Aquí muero y aquí me entierran ya sea a ras de suelo o en el vientre telúrico en una cueva tapiada. O se pudo realizar un amplio ritual para depositar los restos eternamente (eufemísticamente) en un lugar con algún carácter sagrado o simbólico. O se diseñó por algún urbanista una ciudad para que la comunidad ordenara religiosamente a los fallecidos entre calles, edificios de nichos e incluso mausoleos y zonas de prestigio.

En el caso de esta isla, hay curiosas fórmulas arqueológicas para los fallecidos. Podemos encontrar tronos funerarios como los túmulos de La Guancha, o la ladera de tumbas mimetizadas con las piedras de un derrumbe que conforman la necrópolis de Arteara, entre cuyos enterramientos destaca una especie de cista más opulenta situada sobre una loma prominente donde se recibe el primer rayo de sol del solsticio de primavera. Algún motivo tendrá si entre las numerosas tumbas ésta es objeto de esos efectos especiales lumínicos.

No olvidemos el caso de integración de un yacimiento con un complejo turístico como es el Cordial Playa en Mogán, en cuyo entorno se localiza el poblado de la Cañada de Los Gatos y la necrópolis de Las Crucecitas. Un espacio que los turistas disfrutan asombrados y que fue preservado para su recuperación hace unos años gracias a un derrumbe que sepultó la mayor parte del conjunto arqueológico.

Ha quedado comprobado que en esta isla fuimos necrosostenibles y usamos formas de enterramiento adaptadas al medio y de paso a procurar que no los localicen. Gracias a esto, algunos cementerios no han sido descubiertos hasta fechas recientes. Esa cultura mortuoria cambió radicalmente tras la conquista hispana. La imposición de una nueva religión supuso el cambio de los rituales vinculados a la naturaleza para someternos a la calificación territorial del campo santo, que no toda la tierra está bendecida por el dios, por lo que en muchos puntos se colocaron bases de piedra con símbolos de la cruz para el descanso de los que cargaban las cajas de tea con los cuerpos que eran conducidos a cementerios con todas las bendiciones.

Pero no todos eran católicos, apostólicos y romanos. De hecho, varios miles de holandeses protestantes liderados por Van der Does intentaron conquistar la Isla pero tras ocupar la ciudad fueron derrotados estrepitosamente y tuvieron que huir apresuradamente. Según las crónicas, en el sur de la Isla dieron entierro a numerosos soldados cuyas heridas eran mortales. Un cementerio que no ha sido localizado.

Otra necrológica de interés fue la epidemia de cólera morbo que asoló la Isla y se llevó la vida de más de 6.000 personas en 1851, principalmente en la capital. Casi el 20% de la población. Una situación anárquica porque apenas se podía dar abasto a la mortandad que se produjo.

También es de resaltar el cementerio inglés, donde dicen que hay enterrados varios personajes del ejército, la política y las carreras de coches que llegaron enfermos y no se obró el milagro de las Islas Afortunadas, o tuvieron algún percance en la travesía o se quedaron a vivir en esta isla y contaban con un camposanto protestante como marca su orientación religiosa. Y es que los británicos son muy suyos, lo que no sucede con los italianos o franceses, como es el caso del hundimiento del Sudamérica, buque italiano de la compañía La Veloce que colisionó en la entrada del muelle con el buque Le France. El resultado fue la muerte de 79 personas y cientos de damnificados que lo perdieron todo. Fue en 1888 y un mausoleo en la entrada del cementerio de Vegueta recuerda la tragedia y sir- ve de reposo para los restos de numerosos fallecidos en aquel suceso que conmocionó a la sociedad isleña. Cabe recordar la anécdota del tenor Roberto Stagno, quien se encontraba en la Isla para la inauguración del Teatro Pérez Galdós, ya que ofreció su espectáculo para los damnificados.

Ya ven? Con poco que escarbes aparecen restos de historia y experiencia.