Buenos días. Larga, próspera y liofilizada vida. Soy ecologista. Soy extre/madamente ecologista. Acabo de llegar del sur de la isla, donde disfruté de unos días de vacaciones en el huerto orgánico de un amigo kinesiólogo, y como siempre llegué a la capital llorando, a punto de matarme en un adelantamiento, al contemplar el atroz devenir de la costa infestada de hoteles y apartamentos y restaurantes y tiendas y discotecas. Eso no es natural, por mucho que insista la oligarquía isleña en llenar todo de cemento. Con lo bonito que era antes todo, esos riscos inconquistables y esos barrancos salvajes, y esas mujeres lavando sus cuatro trapos en el barranco, y los niños cubiertos de piojos y alimentándose a base de higos de tunera, joder, qué hermoso, qué no daría yo, sinceramente, por haber podido vivir esa época de contacto directo y libre con la naturaleza, con lo verdadero, con el latir de las cosas, como latían las encías y las patas sangrantes lastimadas por esos hermosos barrancos donde crecían la laurisilva y la esperanza. Pero ese pasado queda lejos, demasiado lejos, aunque hay que luchar para recuperarlo, y por eso me acerqué a la asamblea que había promovido mi plataforma, Verdes que los quiero Verdes por Canarias, ahora confederadas con Los Verdes-País Canario y en proceso de fusión con Canarias por Verdes que los quiero Verdes. Nuestro propósito era ofrecernos como una única marca a Podemos en las pasadas elecciones generales, pero llegamos tarde, aunque el mismo Pablo Iglesias nos mandó un correo electrónico transmitiéndonos su apoyo "moral pero operativamente limitado" y proclamándose entusiasta del paisaje canario y de las famosas peladillas herreñas. "¿Qué menos se puede esperar de un pueblo", finalizaba Iglesias su emotiva misiva electrónica, "que a su plato predilecto lo llama sin coche?" Quizás Iglesias se refería al sancocho, pero todos nos emocionamos mucho y nos lo tomamos como una inyección de energía para las elecciones autonómicas y locales de 2019.

Encontré inusualmente numerosa y activa la asamblea: no éramos menos de treinta personas discutiendo en el local. Primero pregunté si Media Markt sorteaba algún televisor, pero no. La asamblea estaba sacudida por la estupefacción. Y no era para menos: Fernando Clavijo, el presidente del Gobierno autónomo, el oscuro Clavijo, el genuflexo Clavijo, había rechazado la instalación de una central de biomasa en el puerto de La Luz. Y ustedes dirán qué vamos a hacer los auténticos ecologistas de esta tierra si el propio Gobierno regional se dedica a rechazar, por ejemplo, centrales de biomasa. Un torpedo de flotación en todos los morros de nuestra estrategia. ¿Y si el Gobierno se resigna a seguir quemando fuel por los siglos de los siglos, usurpando así nuestro objetivo central, defender tácticamente lo peor para conseguir lo óptimo en una década de estas? Me parece que la asamblea no terminará esta noche. Me voy a tomar una ensalada de rúcula con miel. Ah, y un whisky. Ecológico, por supuesto.