La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aprendiendo de nuestros errores

Auge de los populismos nacionalistas

Parece evidente que vivimos una coyuntura en la que el sueño de una Europa unida parece desvanecerse. Existen razones objetivas por las que conseguir de la ciudadanía de los distintos países que conforman la Unión Europea un elevado sentimiento de pertenencia, es muy complicado: la lengua, la cultura y la historia juegan en contra. No obstante, y a pesar de tales razones, hemos vivido momentos mucho mejores que los actuales, para avanzar y consolidar el proceso que debiera conducirnos a la unión política. ¿Qué está sucediendo?

El avance electoral de las fuerzas políticas populistas y antieuropeas es muy grande en todos los países, lo que no quiere decir que en todos ellos se esté concretando en opciones de parecida orientación; antes al contrario. Hay quienes explican el fenómeno tomando como causa la creciente inmigración y la amenaza terrorista de perfil yihadista. Sin duda, la llegada masiva de personas procedentes de zonas en conflicto, en solicitud de asilo como refugiados, está alimentando, todavía más, el fenómeno.

Sin pretender negar que tales razones puedan ser parcialmente válidas para explicar el crecimiento de los, en mi opinión indeseables, nacionalismos, me inclino a pensar que las mismas han venido operando sobre un sentimiento de desconfianza previo, originado por la inseguridad económica que ha producido la larga crisis económica -que ha deteriorado hasta límites insospechados la red de protección del estado social-, las políticas conservadoras puestas en práctica para, sin éxito, intentar buscar una salida a tal crisis; y la ausencia de respuestas válidas por parte de la socialdemocracia clásica europea, incapaz de hacer frente a la errónea política basada, exclusivamente, en la austeridad y las reformas estructurales.

Nada que no estemos a tiempo de remediar si fuéramos capaces de cambiar, con decisión, el rumbo de la política económica a nivel europeo.

La crisis ha venido a demostrar algo que, en teoría, conocíamos, y es que la eurozona es un espacio con grandes interrelaciones, por lo que las políticas de cada país, desde la perspectiva de la propia nación, no pueden ser válidas para solucionar los problemas del conjunto. Compartiendo moneda y, por tanto, política monetaria, sería necesario contar con una política fiscal igualmente única o, como mínimo, mientras se avanza hacia esa unión fiscal y política, establecer una muy amplia coordinación de las políticas nacionales hacia la consecución de objetivos comunes. En otros términos, actuando colectivamente, como un todo, se podrían cambiar muchas cosas y se estaría siendo coherente con la realidad de la unión monetaria.

Un grave problema económico en esta Europa incapaz de salir de la crisis, en la que lleva ya demasiado tiempo instalada, es la gran debilidad de la demanda interna; hay un dato que lo demuestra sobradamente: el superávit de la balanza por cuenta corriente para el conjunto de la. Unión es del 3,7 por ciento del PIB. Y hablamos de una media. Por tanto, es necesario estimular la demanda interna.

Pero resulta evidente que la situación de todos y cada uno de los países no es la misma y, por tanto, no todos pueden actuar igual, porque algunos carecen de la capacidad de maniobra que a otros les sobra, aunque no la utilicen, ni en beneficio propio, ni del conjunto.

Hay algunos países -entre los que es necesario destacar a Alemania- que tienen un elevado superávit por cuenta corriente, que muestra su gran exceso de ahorro.

Si hay alguna coyuntura particular en la que puede defenderse a ultranza una política económica socialdemócrata, es esta. Sería necesario llevar adelante una política de reactivación de la economía en los países con superávit de su balanza por cuenta corriente.

¿Cómo? Sin duda, con un nivel mucho mayor de inversión pública, pero también promoviendo mayores aumentos salariales, que favorezcan la demanda de consumo.

Ello beneficiaría a Alemania, y al resto de los países con superávit por cuenta corriente, pero también al resto de Europa, porque tal política provocaría, como ya se ha dicho, un aumento de la demanda interna, con el consiguiente crecimiento económico; pero también mayor nivel de inflación, ayudando a que consigamos el nivel objetivo de precios que pretende el BCE, que se vería menos presionado para ampliar más de lo previsto su balance, creando más dinero. Este aumento del nivel de precios ayudaría también a reducir los todavía elevados niveles de endeudamiento.

Esta propuesta, claramente keynesiana, tendrá seguro detractores. Argumentarán que aumentar más los salarios -insisto que me refiero a los países con superávit por cuenta corriente- deterioraría la competitividad de las economías en las que se practicara dicha política. Y es cierto que, permaneciendo lo demás constante, así sería. No obstante, resulta evidente que todo lo demás no está permaneciendo constante, sino que la caída en el coste del petróleo ayuda mucho y la política monetaria del BCE, más ahora que ha cambiado de rumbo la de la FED, todavía más, tal y como demuestra la depreciación del euro frente al dólar estadounidense. Por tanto no parece que realmente fuera a deteriorarse la competitividad.

También dirán, particularmente los alemanes, que ellos necesitan ahorrar mucho, ya que tienen una población envejecida, con tasas de natalidad excesivamente bajas, por lo que la evolución demográfica pone en peligro su sistema de pensiones. Nadie discute que desde el punto de vista privado -esto es, desde la perspectiva familiar- es razonable y muy útil ahorrar pensando en la vejez. Pero ya está bien de intentar comparar las economías familiares con las de una nación, porque nada, o casi, tienen que ver las unas con las otras. Y desde la perspectiva nacional, resulta indiscutible que es fundamental invertir en los jóvenes o en infraestructuras, para mejorar la capacidad de producir.

Hay que ser claros: el exceso de ahorro está dañando el crecimiento de la economía y la creación de empleo y, por tanto, la capacidad de financiar las pensiones en el futuro.

Todo lo anterior no es obstáculo, sin embargo, para reconocer, también desde una visión socialdemócrata, que los gobiernos han de ser fiscalmente responsables; ni hacernos olvidar que es necesario realizar ya reformas estructurales que mejoren a largo plazo nuestro producto potencial. Pero ahora es necesario un impulso coordinado de la demanda interna, con más inversión y salarios más altos, para favorecer la recuperación y recobrar la confianza en proyecto europeo.

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