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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Pensionista con 'bolos' literarios

Mientras el monarca se convierte en portavoz de las partidas en el tablero entre Rajoy, Sánchez e Iglesias, el Estado montado por el PP prosigue incansable su absorción y expulsión de datos. Y tan en ello está que ahora le ha tocado el turno a la creación, más bien a los creadores de babuchas y mantas de lana que cruzan el estipendio de la escritura con una pensión de jubilación. Los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes los celebramos aquí con un veto a la imaginación en la edad de las pérgolas, como bien decía Gil de Biedma sobre el tránsito de las analíticas, el agosto de los médicos. ¡Al carajo El Quijote y viva a la Seguridad Social! La SS ha lanzado a sus bardinos a tocar en las puertas de los literatos a los que pone multas y esquilma pensiones por ganar en adelantos, derechos de autor, conferencias, cursos... Toda la panoplia alimenticia que necesita uno para encontrar un cojín en la época de las llagas en un país donde el suicida Larra metió el sacacorchos para afirmar "escribir en Madrid es llorar", y cuando sucedía lo contrario, ¡cuidado! Los escritores, prosistas, poetas, periodistas no pueden ganar dinero, que se incineren poco a poco en los cafés entre colillas y posos, maldiciones, y a esperar a que venga un inspector para recriminarles de oficio cómo es posible tanta ganancia, tanta vida holgada, tanta jubilación con más onzas de chocolate de lo debido... ¿Cuál es la razón?

Al escribiente de relatos, y también furcia que husmea colaboraciones en redacciones digitales, le falta la grandeza de los jugadores de fútbol, que tienen a su disposición el apoyo tremebundo de la sociedad y una buena cuenta para amodorrar a jueces, extraer acuerdos de fiscales y letrados que requieren cubertería napoleónica ( o sea, hortera e imperial). A los escritores, por contra, se les va el trámite, se pierden en el expediente, se les va el plazo, y acaban pastando entre copas y nostalgias. Uno de los grandes, Pérez Galdós, murió en la ausencia del parné, dando tumbos con su ceguera a cuestas por las casas de empeño, comido por los pleitos y arruinado en su deseo de ser su propio editor. Este pasado de amarguras merecía un resarcimiento, pero no, para nada, lo que se ha hecho es mandar a tocar en la puerta a la SS para ordenar que pensión y creatividad remunerada son incompatibles.

Esta orden cuya excelencia sólo podría ser alabada por el gran componedor de un Estado 'orweliano' no sólo condena al creador, sino también roba a la sociedad el pensamiento maduro, de la experiencia, de escritores (imagino que también de artistas) que una vez superada su etapa profesional quieran cumplir la aspiración de entregarse en cuerpo y alma a su obra, aplazada de manera permanente o a medias por los requerimientos de la nómina. ¿Se conoce mayor maltrato para un país? Podría citar aquí una extensa ristra de personalidades que superaron los setenta, los ochenta o bordean los cien años, y cuyas palabras provocan la admiración de una sala o proveen de serenidad a un país lleno de grietas. Los gobiernos deberían mimarlos, hacerles la vida más cómoda, no acosarlos, crearles las mejores condiciones para que sus voces se puedan oír en todos los lugares... Una norma tan absurda parece transpirar lo que ha sido una constante en este mandato de Rajoy: desprecio a la cultura, chulería de Wert, evaporación de su sustituto, inacción frente a la piratería, situaciones excéntricas como la de las fronteras aduaneras al arte canario, una falta de entendimiento absoluto con el sector, prepotencia con el IVA. Y ante la protesta y la crítica, la utilización por parte del Estado de sus resortes legales para aplicar el mejor castigo: una reforma que pretende extender la idea de que en este páramo reseco uno de los grandes agujeros negros corresponde al de jubilados que se enriquecen con sus bolos literarios.

La coyuntura no deja de tener su lado más agente 007: crecerán los pseudónimos para escabullir el origen del texto, de la combustión creativa. Pero también habrá muchos que preferirán quedarse en los cuarteles de invierno para evitar líos, asesoramientos legales, soluciones fiscales. A nadie le gusta abordar tales menesteres con el cansancio de la vida encima de los hombros. Además, la SS, el Estado, dispone de una lista negra para llamar a uno por uno, los citará y les pedirá cuentas sobre las huellas de sus giros literarios, sobre los personajes, sobre la muerte de uno y el nacimiento de otro, sobre las onomatopeyas, sobre los endecasílabos, sobre el autor omnipresente, sobre la identidad de la mujer que está en la página cuarenta, sobre la fortaleza de la influencia de Cortázar. Se volverá a la clandestinidad: jubilados atormentados por la creación, deseosos de expandirla, pero temerosos de perder el estipendio de la pensión.

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