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Artículos de broma

Japonismo y corrupción

Kazuo Koike y Gôseki Kojima cuentan en El hombre sediento que en el Japón de los siglos XVII y XVIII, cuando el shogun (gobernante) tenía relaciones sexuales, se extendía su futón (colchoneta) en el centro del dormitorio. A su derecha se ponía el futón de la chûrô (sirviente), y a la izquierda, un poco alejado, el de la chûrô de compañía. A la izquierda de la chûrô de compañía era costumbre disponer el futón de la obôzu (monja budista). La chûrô de compañía dormía girada hacia el shogun. La chûrô que dormía a su lado y la obozu le daban la espalda y no se les permitía mirar ni dormir. Así se impedía que la chûrô de compañía importunara al shogun pidiéndole cosas -un aumento, posición para algún familiar o que delatara a alguna enemistad suya- aprovechando que éste se acostaba con ella. Si lo hacía, la otra sirvienta y la monja budista debían informar al toshiyori (anciano) de las peticiones.

Estas medidas anticorrupción en un sistema de poder medieval nos parecen más informales que las que tenemos establecidas en el Estado contemporáneo pero no lo eran si cada sirvienta, monja y anciano cumplía su función, si la chûrô de compañía se daba por bien pagada y si el shogun era justo.

En el último caso de corrupción del PP, Operación Frontino, ingenieros o economistas de FCC le pidieron al shogun que pagara, indebidamente, 40 millones a su empresa, con cargo a los presupuestos generales del Estado de 2015. Otras empresas actuaron de forma parecida y los que no defendieron los intereses del Estado, como Arcadio Mateo, consiguieron, entre otros favores y pagos, un implante de pelo en unas negociaciones con flecos y flequillos. El último caso de corrupción todavía quema y llega hasta la yema de los dedos del dimisionario Federico Ramos de Armas, mano derecha de Soraya Sáenz de Santamaría, mano derecha de Mariano Rajoy.

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