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Elizabeth López Caballero

Cuando la infancia duele

Mi abuela siempre decía que "nunca pasa nada hasta que pasa", y desde hace ya algún tiempo están sucediendo demasiadas cosas que no deberían suceder. Una de ellas es el acoso escolar, también llamado bullying.

Estos días la gente, a través de las redes sociales, ha mostrado su rechazo hacia este tipo de violencia tras conocer la noticia de la muerte de Diego, el menor de once años que se suicidó porque no pudo soportar el acoso del que era víctima en su colegio. Diego sería el ejemplo del refrán de mi abuela. Y es que Diego son todos los niños que sufren en silencio, todos esos pequeños a los que la infancia les duele.

Uno de cada tres alumnos sufre acoso escolar, y lo hacen de forma discreta, pasando desapercibidos. Ya sea por miedo a su o sus agresores o por el sentimiento de culpa que se despierta en ellos. Los críos terminan creyendo que son raros, malos y merecedores de esa violencia. Se vuelven introvertidos y solitarios.

La soledad en los niños es la sensación de estar cayendo al vacío y no hallar una mano amiga que los sostenga. Es mirarse al espejo y no saber quiénes son: si lo que dicen los demás o lo que ellos ven. Entonces la imagen se distorsiona y se mezcla con el miedo y la inseguridad. Llegados a este punto empiezan a fingir enfermedades para no ir a clase. Cualquier estrategia es válida con tal de permanecer a salvo.

¿De quién es la culpa? ¿De los padres? ¿De los profesores? Creo que todos somos un poco culpables. Los padres, en ocasiones, por no ser un ejemplo y delegar la Educación en Valores en el colegio. El colegio por darles más importancia a los resultados académicos que a la Educación Emocional. Los profesores porque no sólo deben enseñar las asignaturas establecidas, sino también deben ser generadores de comportamientos sociales.

Aunque como docente sé que estoy tirando piedras sobre mi propio tejado, considero que los maestros deben tomar más en serio a los alumnos que sufren bullying. En ocasiones creen que la víctima exagera, que son cosas de niños, que ya se les pasará. Pero lo cierto es que ni exageran ni termina pasando. Suele ir a más. Una burla lleva a otra, los insultos siempre vienen de dos en dos y las collejas nunca faltan en el menú.

Hagamos algo. Formemos a nuestros niños en valores como la empatía, el respeto y la tolerancia. Formemos también a las familias. Que por cada Centro Escolar haya una Escuela de Padres que les facilite herramientas y estrategias para la educación de sus hijos. Hagámoslo pronto, porque la infancia no debe ni puede doler.

Hagámoslo para no volver a recordar esta realidad cuando llegue a nosotros la noticia de que otro menor, al igual que Diego, prefiere poner fin a su vida antes de tener que seguir asistiendo al colegio, un lugar en el que deberían sentirse como en su casa. Protegidos, cuidados, educados.

No más Diegos en las aulas.

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