El fin de semana pasado el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, mostró su honda preocupación porque a algunos aficionados les habían impedido entrar en el Estadio de Gran Canaria por portar banderas con las siete estrellas verdes. Morales aseguró en Twitter que investigaría lo ocurrido y pediría responsabilidades. "Indagaré para ver quién ordenó esta barbaridad", subrayaba Morales. Le pregunté, algo tímidamente, si no exageraba un poco con lo de barbaridad. "No se puede impedir a nadie entrar con una bandera legal al estadio", me respondió la autoridad competente. Me quedé un poco sorprendido. Ignoraba que existieran banderas legales o ilegales. Lo que existen son banderas oficiales -reconocidas normativa e institucionalmente como representativas- y banderas que no lo son. La bandera de las siete estrellas verdes es para muchos nacionalistas e independentistas la que representa a su país, vaya usted a saber por qué esotéricas razones, pero la bandera oficial de Canarias es la que es mencionada y descrita en su Estatuto de Autonomía.

Lo realmente llamativo de la conducta de Antonio Morales es su rapidez relampagueante en este asunto y su ciceroniana tranquilidad al calificar como "barbaridad" que los servicios de seguridad (más o menos integral) de la UD Las Palmas no permitieran el paso de aficionados que llevaban banderas independentistas. La prudencia y el tino llevarían a elegir adjetivos menos tronantes para no enardecer los ánimos y estimular la costumbre de siempre de las banderas: convertirse en garrotes o en proyectiles. A mí se me antoja que la elección de adjetivos estentóreos define hoy y probablemente definirá en el futuro todo el mandato de Antonio Morales como presidente de la corporación insular gracias al pacto más digestivo que programático entre Nueva Canarias, Podemos y el PSOE. Los primeros presupuestos aprobados por la nueva mayoría son lo suficientemente ilustrativos al respecto: ni anuncian una nueva sensibilidad progresista ni ofrecen señales de la muy urgente reforma organizativa, técnica y operativa que necesita el Cabildo de Gran Canaria para transformarse en una administración eficaz y eficiente capaz de navegar por el siglo XXI. Es un presupuesto tan de corta y pega, en fin, que el mismo José Miguel Bravo de Laguna lo consideró "continuista", como un anciano patriarca que comprueba, satisfecho, cómo sus pijos, pese a sus arrumacos izquierdosos, saben estar en su lugar y actuar juiciosamente. Y así, entre grandes declaraciones de principios y adjetivos escenográficos, se irá sucediendo sin prisa ni pausa ni grandes realizaciones o reformas el mandato pero, eso sí, y que nadie se engañe: en 2019 Antonio Morales, indómito espíritu de Agüimes, perfecta estatua de sí mismo, seguirá siendo un hombre de izquierdas que se rebela contra el orden económico mundial, el capitalismo globalizado, la desigualdad desgarradora, el cambio climático, las energías contaminantes y, no por último menos importante, la censura de las banderas independentistas en el Estadio de Gran Canaria.