La Provincia - Diario de Las Palmas

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Punto de vista

Aquí no hay mafia

Las críticas al Partido Popular son exageradas. Basta ya. Es verdad que no es perfecto, pero ¿hay algo que lo sea? La perfección da tiricia. Pocos, sin embargo, reparan en las virtudes de ese partido, pues éstas se dan como consabidas. Es injusto que la virtud sea desconsiderada como mérito mientras el defecto se quiera apreciar como categoría general. Es hora de decir, alto y claro, que en España no hay mafia en ninguna de sus variables gracias al PP. A diferencia de Italia, España está libre de la 'Ndrangheta, la Cosa Nostra, la Camorra y la Mafia propiamente dicha.

El gran mérito del partido que todavía lidera Rajoy es que si tras la Transición engulló a la extrema derecha para civilizarla en su seno -bien que con escaso éxito, pero se debiera apreciar la intención- poco después se empleó en fagocitar a la mafia en sus diversas variantes: mejor tenerla dentro del partido que afuera. Es una táctica inteligente, pues si dejamos que los mafiosos campen a sus anchas los políticos perderían un precioso tiempo en su persecución; mejor, por tanto, ofrecer los cargos políticos a los mafiosos y así, entre delito y delito, algo harán por el bien común. Hemos visto que así funciona en otros continentes: Escobar y el Chapo han contribuido más que nadie a regular el déficit de sus respectivos países y es seguro que sacarían, como poco, 123 diputados si se presentaran a las elecciones. El pueblo aprecia el esfuerzo integrador.

Valencia, qué hermosa eres, es el ejemplo más a mano en nuestros lares: allí no se movía nada sin que la nomenclatura popular pusiera el cazo, pero esto, que tanto nos apresuramos a criticar, era el recurso para que no surgiera una mafia. Para impedirlo ya estaba el PP. En vez de gastar recursos en perseguir a la mafia, lo más propio consistía en asimilarla. Ahí se ve lo injustos que somos cuando reprochamos al PP las privatizaciones y externalizaciones de los servicios públicos; sin embargo, nadie se muestra dispuesto a aplaudirlos por haber incorporado a la mafia al sector público. No tenemos corazón.

Hace unos días, en la televisión de los obispos entrevistaban a Francisco Camps, que acaba de publicar un libro en que expone sus ideas sobre 'la regeneración democrática', y esto al presentador, como es natural, no le provocaba extrañeza sino lógica admiración y complacencia. Ahora sabemos que el comisario europeo Cañete no era ajeno a los trajines de Acuamed, pero antes ya éramos conscientes de que para ocupar su cargo en Europa tuvo que prescindir formalmente de sus responsabilidades en empresas privadas relacionadas con sus funciones públicas que, sin embargo, no le impidieron durante muchos años ser ministro del Gobierno de España, como tampoco hay incompatibilidad entre los negocios de ventas de armas de Morenés con su función como ministro de Defensa. ¿Qué queremos, que de estas cosas se encargue un Corleone? Mejor la buena gente del PP, y así estamos más seguros.

Tampoco debe parecernos raro que el líder nacional, que quiere seguir siendo presidente del Gobierno de España, no se tome la molestia de preguntar a los trabajadores de la sede central de su partido sobre quién rompió a martillazos el ordenador de Bárcenas que registraba los sobresueldos en negro que él mismo recibía. La mafia tiene sus códigos de honor, como sabemos por las películas, y es mejor que este tipo de prácticas se desarrollen entre la gente que quiere el bien para España y no sean patrimonio de los que buscan sólo su propio beneficio sin otras consideraciones.

Lo de Valencia ya no es novedad. La clase política popular no imputada es, desde hace tiempo, residual en aquella Comunidad. No hace falta que la Justicia insista en hacérnoslo ver. Pero no hay sensación más desesperante que la de que te roben y no sepas quién ha sido el autor. Esto ocurriría si la mafia fuera una estructura autónoma, al margen de la Administración. Con el modelo instaurado por el PP, al menos tenemos el consuelo de saber a qué bolsillos va nuestro dinero. Y sabemos contra quiénes podemos lanzar algunos adjetivos impublicables para después, mansamente, volver a votarlos. Para que nos robe la mafia, mejor estos señores, a los que ya conocemos.

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