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Papel vegetal

No se lo perdonarán

Efectivamente no se lo perdonarán si no se unen finalmente, aparcando diferencias tácticas, para acabar con cuatro años de gobierno de mayoría absoluta de un partido que la ha utilizado en todo momento como una apisonadora con la arrogancia de quien se cree por encima de todo y de todos.

El Partido Popular no tiene ahora quien le quiera y lo sabe aunque últimamente quisiera hacernos creer lo contrario. Esa falta de amigos políticos se la ha ganado a pulso con una forma de gobernar, que uno no quisiera ver repetida: la democracia consiste en saber siempre escuchar al contrario y tratar siempre de entender sus razones.

Pero haría falta al mismo tiempo en quienes tienen la oportunidad de cambiar esa forma de gobernar en beneficio de la mayoría algo más de humildad, de paciencia, de disposición al compromiso, esa virtud que tanto parece faltarnos a veces a los españoles. Sobra juvenil arrogancia en unos mientras falta en otros mayor capacidad de reconocer los propios errores.

Presionan mientras tanto los mercados, presiona Bruselas, presionan algunos de los socios comunitarios con el pretexto de la necesaria estabilidad, amenazan y parecen recurrir incluso al chantaje quienes no desean un gobierno de izquierdas.

Ya ocurrió la primera vez que ganaron los socialistas de Felipe González, cuando la derecha, acostumbrada a ganar siempre, nos amenazó con el apocalipsis en el caso de que aquel entonces joven político, hoy irreconocible, llegara a la Moncloa.

"España necesita estabilidad política. Espero que esté a la altura", ha dicho el jefe de la Comisión, Jean-Claude Juncker, el ex primer ministro de un país que hizo bandera de la insolidaridad en Europa con su trato de favor a las empresas multinacionales en detrimento de la Hacienda de sus socios.

Se multiplican los editoriales y comentarios que propugnan insistentemente una gran coalición entre populares y socialistas, con el apoyo de Ciudadanos, que serviría para mantener en La Moncloa por varios años más al responsable de un partido que todavía no ha logrado quitarse el bien ganado sambenito de la corrupción.

"Queremos otros gobernantes, a ver si al menos cambiamos de problemas", rezaba el otro día una viñeta de las siempre lúcidas e incisivas viñetas de El Roto

No son ya sólo los políticos que nos han gobernado, esos a quienes los alegres muchachos de Podemos tachaban antes de casta, quienes deberían renovarse, sino también los líderes sindicales, cuya foto estamos cansados de ver.

Hacen falta caras nuevas, ideas nuevas, sin que haya que temer a los jóvenes, como parece que temen muchos. No tienen experiencia, se nos dice. Démosles al menos la oportunidad de equivocarse como ya se equivocaron antes otros.

Se queja el sector más tradicional de los socialistas de que Podemos sólo quiere acabar con ellos. Pero si, pese al desgaste y la impopularidad del PP de Rajoy, el PSOE ha caído tan bajo en el favor de los ciudadanos, sólo a sí mismos tienen que reprochárselo, al olvido de su raíces, a su compadreo con el poder económico, a la corrupción de algunos.

Está por supuesto el problema de Cataluña, lo que no es poco, el desafío de parte de la población de esa parte esencial de España, y sorprende la ceguera de muchos políticos, tanto en la derecha como en la izquierda, que se niegan a ver que eso sólo podrá resolverse a través del diálogo.

La cuestión catalana no puede en ningún caso convertirse en un obstáculo que impida entenderse a los partidos que propugnan un cambio. Hace falta centrarse en lo urgente y esencial como dar marcha atrás en reformas que han demostrado no sólo su inequidad, sino también su ineficacia y negociar un programa de rescate social.

Hay que establecer prioridades, que no puede ser en ningún caso Cataluña, en el convencimiento de que si se resuelven muchas cuestiones que habían hecho más difícil nuestra convivencia, lo demás se dará por añadidura.

Y sobre todo, si un hombre no es una isla, como decía el gran poeta inglés John Donne, tampoco lo es un país. De ahí la necesidad urgente de reforzar en Europa el eje de izquierdas para plantar cara a las políticas que se dictan desde Berlín y Bruselas sin tener en cuenta muchas veces las necesidades de cada uno ni lo que hayan decidido los ciudadanos.

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