Si hay una carretera importante en la isla de Gran Canaria, ésta es la Carretera de Tafira también llamada, no hace mucho, Carretera del Centro. Probablemente, también la más antigua, junto con la de Gáldar, partiendo las dos de la capital de la isla, una hacia el Norte y la otra hacia su centro y cumbres. Fue camino real que parte del primer asentamiento en 1478 junto al río Guiniguada ( R. I. P.) para, dejando atrás el Pambaso a la altura del Puente de Piedra, subir por Pico Viento hasta Tafira y más arriba aventurarse entre curvas por Santa Brígida y San Mateo y respirar el aire puro de Tejeda para disfrutar de la vista de los dos monumentos naturales más representativos de Gran Canaria, el Roque Nublo y el Bentaiga.

A decir de los cronistas, el camino real a poco de dejar atrás la Montaña de Tafira gira a la izquierda hacia el Sur, por la que ahora es la Carretera de Marzagán, deja bajando y a su derecha la Bodega y la Hoya de Parrado para alcanzar Telde y dirigirse desde allí a las tierras del Sur de la isla. Después de camino subió a la categoría de carretera y ahora están convirtiendo en calle, para regocijo de los vecinos, el tramo del km. 8, el más representativo y antiguo que va desde poco más arriba de la Casa del Gallo hasta la Tornera y que incluye el núcleo histórico. La calle continuará desde ese punto hasta la Cruz del Inglés aunque, como sabemos, pero no me resisto a recordarlo, la cruz no fue para el inglés si no para el holandés Pieter Van der Doez que después de tomar la ciudad en 1599 decide ir carretera de Tafira arriba con sus tropas para cobrar un rescate de 400.000 ducados de oro que suponía se habían llevado consigo los habitantes de la capital que se refugiaron en La Vega de Santa Brígida. Al llegar al monte de lentiscos, mocanes y acebuches, de los que no quedan ni rastro pero que le dio el topónimo a la zona del Monte Lentiscal, caen en una emboscada con gran ruido simulando un gran número de hombres cuando en realidad eran unos pocos soldados castellanos y treinta habilidosos canarios conocedores del terreno. Con numerosas bajas el holandés se retira, ésta vez carretera de Tafira abajo, con su ejército diezmado y sediento, pues les cortaron el agua de las acequias, derrotado y sin un triste ducado en el bolsillo. Su venganza, y para que no le olvidaran, fue el saquear e incendiar la ciudad antes de partir con su flota de 74 navíos a tierras menos bravas y hostiles.

A comienzos del siglo pasado el medio para llegar a Tafira desde la capital era el coche de caballos y los pasajeros solían llevar para ese viaje un "cubrepolvos" para no llegar arriba como polvorones. Al llegar a la altura de lo que hoy es la fábrica de La Tropical los caballos no podían remontar la cuesta con el peso de los bultos y de los viajeros, así que éstos tenían que poner pie en tierra y subir caminando hasta lo que fue durante muchos años la fábrica de cigarros La Favorita. Sin duda, tenía que haber un motivo de importancia que justificara tal trajín pues no era ligera aquella excursión. Poderosas razones tenía Félix Bordes Martín aquella mañana de 1925 para enfundarse el terno, la corbata, los botines blancos y su pai-pai para salir desde una punta de Triana y hacer ese recorrido con entusiasmo: iba a cortejar a su novia Otilia Caballero Massieu que pocos años más tarde se convertiría en su esposa y madre de sus ocho hijos. Los padres de Otilia, Francisco y Otilia, veraneaban en su casa de la Carretera de Tafira, actual número 105, con el enjambre alegre y bullicioso de sus diez hijas y el único varón. Francisco, el más pequeño por entonces mimado por todas sus hermanas. Frente a esa casa del km. 8 posaron los dos en medio de la carretera, prueba de que solo de vez en cuando pasaba alguna carreta o algún paisano a caballo, lo que suponía un entretenimiento en aquellos días sin radio ni televisión y bien merecía para verlos pasar el sacar a la acera las sillas y el banco, como puede apreciarse en la foto. Noventa años después y en el mismo lugar se han fotografiado la nieta de ambos, Delia Bordes López, con su marido, Manuel Vázquez Ruiz, y sus dos hijos mellizos, Manuel y Francisco, pisando, tras levantar el tractor el asfalto y el cemento, el mismo suelo apiconado donde posaron sus bisabuelos.

Los vecinos de la carretera de Tafira ven satisfechos cómo las mini aceras de 30 cm que les obligaban a caminar de medio lado y pegados a la pared como peninqués para no recibir el cogotazo del espejo retrovisor de una guagua, se están convirtiendo en algunos tramos en aceras de tres metros de ancho, por lo que algunos están ya preparando sus sillas y sombrillas para sacarlas a la puerta de su casa como antes. Sin embargo, preocupados andan aquellos a los que les tocó en suerte un eucalipto frente a su vivienda, pues sus frágiles ramas, a poco que sople el viento, entran por el vestíbulo de sus casas sin previo aviso o sus raíces siempre sedientas, no se olviden que los eucaliptos se utilizan para desecar pantanos, se beben todas las botellas de agua de Firgas que encuentran en la cocina. Éste es el momento de encontrar una solución al error que cometió en su día el Cabildo de la isla plantándolos. Los que sí estarán contentos y vigilantes son los ángeles custodios de la guarda que fueron durante muchos años sus vecinos: Gloria Martín Ortega, los López (Agustina, Francisco, Juan y Conchita) o los hermanos Pepe y Carlos Cárdenes entre otros muchos.

¡ Larga vida a la Carretera de Tafira y a todos sus vecinos!