La empresa para la que trabajó durante 10 años le ascendió a los altares, le puso alas en los pies y, sin saberlo, a su maldad. Nadie entendió jamás su vertiginoso ascenso pero ya saben aquello de "caer en gracia o ser gracioso". Insultos, intentos de agresión, acosos y calumnias. Indecencias. Humillación. Las quejas que llegaron a personal sirvieron de poco de manera que él seguía su camino a lomos de su maquinaria de destrucción ajena. Pero la vida castiga sin piedra ni palo y de pronto una investigación inesperada dejó al descubierto importantes irregularidades administrativas en el área de la que era responsable. Con un pie en la calle, a la desesperada, se atrevió a pedir protección de aquellos a los que durante años él había vejado. "Tengo dos hijos", suplicó. No le dieron ni agua y fue despedido. "A otros padres has hundido tú", le recordaron. Liquidado. Con el paso de los meses vino a ser una mujer, a la que también acosó, la elegida para sustituirle. Teniendo en cuenta que de dignidad andaba tan mal como de economía se acercó a ella para que le facilitara contactos que le abrieran alguna puerta laboral. No movió un dedo. No quería que el torturador acabara en otra empresa extendiendo su maldad. Hace unas semanas tuvo que entregar su vivienda al banco y su mujer salió corriendo. Solo, con una mano atrás y otra delante, hoy deambula de acá para allá. La atroz calumnia que vertió sobre una de las empleadas se verá en los tribunales. Nadie tuvo compasión para echarle una mano pero para empujarlo a los infiernos hubo legión. Los damnificados son una piña. El juez ha tasado alto la indemnización que deberá pagar a la calumniada. Lo tiene complicado.

Sabido que la adversidad encoge, hace poco lo vi. Le observé. Se ha quedado en nada. Pequeñísimo.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com