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Ida y vuelta

Luis Natera y la poesía en la sociedad efímera

Se reedita El lino de los sueños y volvemos al mundo de claustrofobias y angustias de Alonso Quesada, aquel empleado de los ingleses a quien en plan de burla llamaban Lord Byron. Definidor esencial del sentimiento de aislamiento tuvo una vida muy difícil, la enfermedad lo marcó muy de cerca, la humildad de su casa, la pobreza y la indefensión, la compañía de las mujeres que vivían en su modesta casa y a las que hubo de mantener. Un hombre del teatro y un cronista de la ciudad y de la noche que murió joven, igual que Tomás Morales. Pero en sus libros quedó la esencia de su pensamiento, su búsqueda de la belleza en una secuencia temporal poco grata, aquella isla casi incomunicada, lejana, casi abandonada de la Corte, isla de poca instrucción y de diferencias sociales que forzaban a la intensa emigración americana, en la que los escritores se consolaban mutuamente publicando su obra en los periódicos, recitando sus poemas en el Huerto de las Flores de Agaete, allí Saulo Torón, Alonso, Tomás y quienes quisieran escucharlos. ¿Tienen algún cometido ahora los poetas en medio de esta sociedad vertiginosa que tanto cultiva las emociones efímeras, la pasarela exhibicionista, el guasapeo y el griterío de las tertulias televisivas en las que nadie parece escuchar a nadie? Obviamente la poesía no está de moda, pero cada vez hay más poetas que publican sus libros, poetas primerizos o veteranos que se manifiestan en libros mejores o peores pero que todos juntos tratan de mantener la gran tradición de la lírica insular, que viene de mediados del siglo XV con aquellas Endechas a la muerte de Guillén Peraza y que es expresión del inconsciente colectivo.

Hemos conmemorado hace días una Semana Nateraria dedicada a la memoria de Luis Natera, el catedrático de Francés, el poeta doliente y silencioso que se fue de madrugada una noche de enero en el monasterio benedictino de Santa Brígida. Su gran amigo, el inquieto y perseverante poeta Adolfo García, convocó a 108 autores en el teatro Hespérides de Guía para un recital poético de hora y media, en el que intervinieron escritores de diversas islas, la Península y América Latina, unos presentes y los otros interviniendo a través de grabaciones y vídeos con su propia voz. Si la gente de la calle no acude de manera suficiente para el año que viene hay que sacar la poesía a las calles de los pueblos, nos dijo el organizador de esa apretada semana de homenajes al poeta. Si estamos en medio de la amnesia y del espectáculo saltarín, conviene reivindicar la voz seria que habla del paisaje del Atlántico en el que nos sumergimos cada día, del alma confundida, del progreso de la tecnología, del cambio climático, del retroceso del humanismo, de tantas cosas que gozamos y padecemos en estos años. Es lo que hacía Natera, porque él fue el observador del mar y los naufragios, del amor, de la reflexión, de la lectura de los grandes clásicos, de la mística, del elogio a la familia, del amor a la esposa y del cariño protector a los hijos. "El naufragio es la base de mi última poesía, pero no un naufragio meramente físico, sino un naufragio del espíritu, del hombre que pasa por la Vida y que aspira llegar a puerto como el barco, tocar una isla o, por lo menos sobrevivir."

En su libro Canario Cántico nos iba dejando su testamento literario. Era un homenaje al sentimiento de la isla, al lirismo contenido en las cumbres y los precipicios de nuestro pequeño territorio, una mirada melancólica sobre lugares y emociones, sobre "los inasibles hilos" de su proyecto de epitafio. Natera, hombre sustancial, era un hombre discreto y silencioso. Con su tono profundo de recitador nos emocionaba. Así en el poema titulado Telde leemos: "Hay cuatro puertas abiertas / para entrar / y una acequia de plata / reluciente / No sé de qué estrecheces / se quejaban / los que embarcaron / en el mar tenebroso / si aquí todo es abierto: / desde la araucaria grande / del patio de las monjas / hasta el sol de agosto / sobre la alameda. / No sé quién desconoce / los vigilantes ojos de tu puente, / la mar pequeña / que juega / en tus orillas / o las cuatro esquinas / que frecuentaron los poetas." El poeta vivió muchos años en la ciudad sureña, compartía la espuma blanca en la playa de Salinetas: "Esta playa posee mi propia luna, / cada ola es mi vida y cada tarde / cobijo de mi piel y mi fortuna." Con su predisposición a apoyar a quien hiciera falta, lejos de los focos y los protagonismos, era un hombre bueno. Con él apreciamos los microcosmos, las maguas sutiles, los mestizajes emocionales. Gloria, la esposa que vino de Castilla y amó la tierra canaria, los hijos, en especial su hijo más necesitado de afecto. Y la idea de la trascendencia, la búsqueda de Dios. Estos son algunos de los ejes de su pensamiento, en el cual atisbamos la idea de la muerte como naufragio definitivo, y a través de ese naufragio contemplamos también el camino de una poesía intimista, clásica y ensimismada, glosario de emociones elementales.

La señora alcaldesa de Madrid tiene unas ideas a veces curiosas y a veces lamentables, expresión de la burocracia y el sinsentido. Quizá el asamblearismo de las nuevas formaciones políticas sea manifestación rudimentaria de la democracia, el querer romper con todo sin atisbar alguna verdad profunda que hay más allá de las apariencias. ¿Cómo explicar que le hayan quitado la calle a Salvador Dalí simplemente porque era simpatizante del franquismo? ¿Cómo se justifica la consulta popular que la señora Carmena pone en marcha para que el vecindario decida si se quita o se traslada el monumento al Quijote en la Plaza de España, uno de los iconos de la Villa y Corte, y cómo entender también la consulta sobre su deseo de soterrar la Gran Vía de la capital, con todo el esfuerzo que requirió el trazado de esa arteria, la destrucción de antiguas calles y edificios desde comienzos del siglo XX? Fuerte ignorancia diría el hombre de los campos, y se quedaría corto.

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