Todos sabemos que a veces las mentiras parecen verdades según como se revistan, y también sabemos que las mentiras mal relatadas, además de someternos al asombro de escucharlas, terminan desvaneciéndose en nuestros oídos como una puesta de sol. Siempre he considerado que mentir es más bien una desventaja porque no lleva consigo la libertad de la persona, ya que es un modo tonto de ponerles frenos a las auténticas vivencias, hacia esa puerta abierta que nos invita a la serenidad del alma y a la calma en nuestras mentes.

La contemplé con curiosidad. Siempre había sido una mujer con poco glamour pero con cierta personalidad atractiva. Muy próxima a ella la vi de modo diferente, y aún no queriendo adivinar qué era no lograba librarme de mi interés, a pesar de intentar acostumbrar mi vista a su extraño rostro. Percibí de inmediato que era evidente su deseo de no confesarme nada y el mío de no tirarle de la lengua, a pesar de mi intriga. Mientras charlábamos analicé al detalle aquella chocante conducta con fisuras profundas, concentrando mi atención en aquel nerviosismo que cada minuto se le hacía más difícil manejar. Al fin se dejó llevar, quizá porque no se sentía cómoda consigo misma, y en un arranque me confesó su operación de nariz debido a la desviación de su tabique nasal. A ella su explicación le pareció satisfactoria y hasta casi se lo creyó, y servidora no quise entrar en más detalles porque a la vista estaba que la habían dejado casi sin nariz, y ahora los ojos color avellana lucían grandes y rasgados y sus labios, otrora dos líneas finas, aparecían como objeto de envidia de todas las mujeres. Los pómulos rezumaban la juventud de los veinte años, o sea, reparada al máximo.

Así es que consideré observándola, que ahora estaba más atractiva y que el esfuerzo y el sufrimiento de aguantar todo aquello, porque así lo quiso, le valieron la pena, y la fortuna invertida también, que ya lo decía Buda, "el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional" y si a ella le ha servido de satisfacción, ¿por qué no, si así es más feliz? Lo que nunca entenderé es que algo tan evidente suscite tal sometimiento a la fa-lacia excesivamente exagerada. Continué en la labor de seguir escuchándole lo de su tabique nasal, procurando no inferirle daño alguno con la palabra, ni siquiera con la mirada, porque ya aquello no merecía mayor reflexión. Si ella se negaba a la sinceridad, tampoco deseaba que me tachara de entremetida. Y así nos despedimos, servidora sin darle más vueltas a mi cabeza y ella en su búsqueda de la eterna belleza. Pero ya en casa, me volvió el tema a la mente. Favorecida y rejuve-necida, ¿por qué no transmitió su entusiasmo con la verdad, si estaba claro que ya era otra mujer? Al menos para ello, servidora aún no tengo respuestas. Que tengan un buen día.

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